La venganza contada por Carmencita,
una niña víctima

La vida de una familia de San Félix, estado Bolívar, ha estado marcada por la violencia. Un asesinato cometido por uno de sus miembros habría sido vengado con una ejecución extrajudicial a manos de funcionarios del Cicpc. El impacto de la tragedia que comenzó hace cinco años también lo sufren dos niños de siete y ocho años de edad. Carmencita, la más pequeña de los dos, cuenta lo ocurrido en torno a la muerte de su tío Marco
Reporte Especial Proiuris
Marialejandra Meléndez

 —¡Tío no, no me quiero ir! ― le dije varias veces y lo abracé fuerte.

Él estaba dormido cuando tocaron la puerta. Mi hermano y yo preguntamos quién era y respondió mi tía. Abrimos y un hombre con una pistola la tenía agarrada por el cabello. Dos más estaban detrás.

Nos comenzaron a gritar que nos fuéramos. Yo tenía miedo. Mi hermano salió corriendo, pero yo no quería irme. Me fui al cuarto de mi tío Marco. El hombre nos seguía gritando. Recuerdo que, nos apuntó con la pistola.

—¡Corre mami, corre, anda con tu hermano! ― fueron las últimas palabras que me dijo mi tío.

Cuando salí corriendo a la calle, escuché un disparo y me puse a llorar. No entendía lo que estaba pasando. Mi corazón latía muy rápido. Yo seguía corriendo sin saber a dónde iba.

Una vecina me agarró dos calles más abajo, mi hermano estaba con ella. Estábamos temblando. 

—Carmencita*, ¿qué fue lo que pasó? ― me preguntó mi abuela cuando llegó a donde estábamos.

Yo no podía hablar. No entendía lo que pasaba. Solo sé que unos hombres con armas me gritaron y me sacaron de la casa. Y que adentro estaba mi tío… 

El miércoles 5 de agosto del 2020, aproximadamente a las 9:30 a.m., funcionarios del Cuerpo de Investigaciones Científicas Penales y Criminalísticas (Cicpc) le dispararon en el corazón a Marco José Méndez Rondón, de 23 años de edad.
Llegaron armados, en carros particulares, sin uniformes ni identificación alguna. Fueron directo a la casa de Marco, ubicada en la vereda José Tadeo Monagas del barrio El Libertador, en la parroquia Vista al Sol de San Félix, estado Bolívar.

Pasaban muchos carros,  pasaban muy rápido, iban a nuestra casa, a donde habían agarrado a mi tío. Yo estaba con mi abuela, pero no nos dejaron acercarnos. Habían cerrado toda la calle.

—¿Dónde está mi tío, abuela? ― le pregunté varias veces, pero nadie me decía nada.

Esa día fue la última vez que lo vi. Quizás si me hubiese quedado con él seguiría estando conmigo. No lo tenía que haber dejado.

Era un día como cualquier otro, solo que mi tío Marco se quedó en la casa con nosotros. Ese día él no fue a trabajar. Mi abuelita María se fue temprano. La despedimos en la mañana. Nos recordó que no le abriéramos la puerta a extraños.

Le hicimos caso. Abrimos la puerta porque mi tía dijo su nombre. No sabíamos que estaba acompañada.

Desde ese día mi abuelita María llora todos los días. A veces intenta que no la veamos, pero la vemos.

Mi abuelita dice que estamos muy nerviosos. Cuando escuchamos muchos carros pasar rápido nos  asustamos. Cuando pasan policías por la casa, entramos rápido. A veces recuerdo todo lo que pasó aquel día. A veces también lloro…

II

Tras los pasos de Marco

Antes de que los funcionarios entraran bajo engaño a la casa de Marco, donde vivía con su madre María y sus dos sobrinos, Carmen (*), de siete años y Daniel (*), de ocho, estuvieron en casa de su abuela paterna, dos calles más abajo.
Tres carros particulares, de colores blanco, dorado y plateado, se estacionaron frente a la casa. Tres hombres vestidos de civil descendieron de los vehículos. Marisela (*), pareja de Marco, estaba sentada en la acera del frente. La tomaron por el cabello y la metieron dentro de una habitación de la casa.
Los tíos y la abuela de Marco también fueron sorprendidos por la irrupción violenta de los extraños; escuchaban los gritos de Marisela, pero otros hombres armados no los dejaban moverse. Uno de ellos, lanzó  al suelo al tío de Marco y le tomó una foto. Con la imagen en la pantalla de su teléfono celular salió hasta el vehículo estacionado al frente y le enseñó la fotografía a una mujer que estaba en el interior.
—No, no es él ―dijo la mujer y todos los funcionarios subieron de nuevo a sus vehículos.
Para asegurarse de encontrar a la persona correcta, se llevaron a Marisela con ellos. Ella fue obligada a tocar la puerta y a hacer ver que no pasaba nada extraordinario. Esa fue la orden que le dieron los hombres armados que la mantenían sometida, para lograr que les abrieran la puerta.
Desde lo ocurrido, los niños Carmen y Daniel viven con su abuela paterna. Sería una forma de alejarlos del lugar donde ocurrió el crimen. Sin embargo, el horror que vivieron está intacto en sus mentes.
La vida de esta familia quedó profundamente trastocada. A María la desalojaron de la vivienda por el suceso. Apenas  habían transcurrido pocos días del entierro de Marco cuando la propietaria del inmueble les exigió desocuparlo.
“Ella  -la propietaria- estaba asustada, tenía miedo de que los funcionarios regresaran, no podían creer que todo esto había pasado dentro de la casa. Ya no nos querían ahí”, dijo María.
Entrada bajo engaño
Funcionarios del Cicpc irrumpieron en la vivienda de Marco, ubicada en el barrio Libertador, en San Félix, estado Bolívar.
La cacería
El Cicpc le siguió el rastro a Marcos durante varias semanas. Antes de encontrarlo, lo buscaron en la casa de su abuela paterna.

Vivimos en la casa de mi otra abuelita durante un tiempo. Todas nuestras cosas las trajimos para acá. Me explicaron que no podíamos regresar a nuestra habitación. Todavía tenía miedo.

Aquí  las cosas también cambiaron. No nos volvimos a sentar en el frente de la casa. Mis tíos se asoman por las ventanas por mucho tiempo a veces. Ya no me gusta estar afuera.

Era la tercera vez que teníamos que mudarnos. Mis abuelas hablan bajito cuando mi hermano Daniel y yo estamos cerca o cambian de tema, pero yo sé que hablan de mi tío Marco.

Desde ese día no volvimos a ver a Marisela. No sé qué le pasó. Pero no volvió, tampoco mi tío Marco. Mi abuelita María me dice que él está en el cielo.

III

Cinco años antes

En menos de tres meses, María se quedó sin su hijo y sin vivienda. Su casa en el sector Cristóbal Colón fue incendiada en 2015. En enero de ese año habrían comenzado a recibir amenazas por parte de un vecino en el sector Cristóbal Colón de San Félix. Durante varios días escuchaban cómo sobre el techo lanzaban piedras, botellas y palos, cuenta la mujer.
“Ellos venían por mis hijos. Los acusaban de haber robado unos cauchos, pero ellos no habían hecho nada”, cuenta María.
Todos estaban en casa: María, Marco, sus dos hermanos Carlos y Mariannys y sus dos sobrinos, Carmen y Daniel, que para entonces tenían dos y tres años de edad. María les imploró a todos que no salieran, que no cayeran en provocaciones, que todo iba a pasar.
El hostigamiento continuó y María tuvo que interceder ante los acosadores, hasta que fue golpeada violentamente por uno de los hombres que amenazaba con matar a sus hijos.
“A Marco le entregaron una pistola y cuando lo tuvo enfrente, disparó”, admitió la madre.
Después del homicidio cometido por Marco en febrero de 2015, él y su hermano Carlos huyeron. Aunque Carlos no habría disparado, los familiares del fallecido alegaron que él también era responsable.
María tuvo que abandonar su casa y refugiarse en otro sitio. Las amenazas habían aumentado y temía por su vida. Mariannys y sus dos hijos Carmen y Daniel tuvieron que esconderse por algunas semanas en casa de un vecino.
“Nunca negué lo que mi hijo hizo. Siempre dije la verdad. Yo entregué toda su documentación pero nunca supe a dónde se fue”, aseguró María.
Un mes después de lo ocurrido, funcionarios del Cicpc llegaron nuevamente a la vivienda. Esta vez para llevarse a Mariannys, quien está presa desde hace cinco años, pues también fue responsabilizada por el homicidio cometido por Marco.
Aproximadamente en abril, los deudos del hombre asesinado por Marco incendiaron la casa de María. “Ya no podía más. Dos hijos prófugos de la justicia, una hija presa y mi casa quemada; ya no podía más”, rememora como si todo acabara de ocurrir.
Cuando acudió a la policía para detener la espiral de violencia, un funcionario le habría dicho:  “No vamos a aceptar su denuncia, usted no lo merece porque usted es la madre de un asesino”.
Sin hijos y sin casa
En menos de tres meses, María se quedó sin familia ni vivienda. Su casa en el sector Cristóbal Colón, en San Félix, fue incendiada en 2015.
Los últimos cinco días
Los familiares tuvieron que esperar cinco días para que les entregaran el cadáver de Marco. Estaba descompuesto. Lograron reconocerlo por un tatuaje del nombre de su madre. Lo enterraron en el Cementerio Municipal de Chirica, San Félix.

A veces le pregunto a mi abuela María si van a seguir lanzando piedras y vidrios a nuestro techo. Recuerdo el sonido que hacían cuando caían. Hubo un día en el que había mucho ruido y mucha gente gritando.

Mi mamá Mariannys nos agarró a mi hermano a mí y nos ocultamos en el cuarto. Ella nos acariciaba para calmarnos, pero los gritos seguían. Mi mamá nos sacó por la parte de atrás de la casa y una persona nos agarró del otro lado del paredón. No salimos durante varias semanas de ese cuarto pequeño al que entramos ese día.

Hace mucho tiempo que no veo a mi mamá. Un día la policía llegó a nuestra casa, donde vivíamos antes y se la llevó. Un vecino se quedó con nosotros. No recuerdo mucho, solo tenía dos años.

Cuando pensé que podíamos regresar a casa, mi abuelita María me dijo que ya no podíamos volver, porque la habían quemado.

Extraño a mi mamá. También extraño a mi tío Marco. Extraño nuestra casita.

IV

Muerto por muerto

Los funcionarios del Cicpc aseguraron ante la prensa que ese 5 de agosto había ocurrido un enfrentamiento, que  Marco abrió fuegos contra la comisión policial.
Dentro de la vivienda no había armas y Marco tampoco intentó escapar, aseguran sus familiares. María lamenta que no hayan querido hacer justicia, sino que recurrieron a la venganza. “Esa familia, la familia del hombre al que Marco mató, quería muerto por muerto”, dijo.
 “No vaya al hospital, vaya directo a la morgue”, le dijeron a María luego de que sacaran el cuerpo de su hijo de la casa.
Cinco días tardaron en entregarle el cuerpo de Marco. Cinco días que estuvo dentro de una morgue sin las condiciones mínimas para la preservación del cuerpo. Fue el domingo 9 de agosto que María pudo ver a su hijo de nuevo, pero lo que le entregaron no se parecía a él.
Por la descomposición, el cuerpo estaba irreconocible, hinchado por la acumulación de líquidos. Lo reconocieron por el nombre de su madre que se había tatuado en el pecho pocos meses antes. Lo enterraron en el Cementerio Municipal de Chirica.
Al parecer, Marco se había cansado de huir, de estar lejos de su familia. Regresó a finales del año 2019, luego de permaner prófugo durante cuatro años. Comenzó a trabajar y a mantener la casa donde vivía con su mamá y sus sobrinos. Era el sustento del hogar.
El reencuentro de Marco con sus mayores afectos solo duró ocho meses. Terminó con un disparo en el corazón, en un episodio de venganza que nada tiene que ver con la justicia.

Yo casi no conocía a mi tío Marco. Hace algunos meses él llegó a la casa de nuevo. Mi abuela María se puso muy feliz. Desde que él llegó comenzó a comprar más cosas para la casa, también nos daba chucherías.

Cuando él volvió nos fuimos a vivir con él en la habitación. Mi tío Marco era muy cariñoso y jugaba con nosotros. Mi abuelita María lo quería mucho.

Nos dicen que ahora mi tío está en el cielo. Quiero decirle que lo quiero mucho. No se lo pude decir el día que lo enterraron. Él estaba dentro de una caja, nos dijeron, porque no lo pudimos ver.

(*) Nombres ficticios para proteger la integridad de los protagonistas de esta historia