Reportes, Venezuela

“En otro país tendría mejor calidad de vida”

El esposo de Emily tiene una cardiopatía y es hipertenso. La familia no tiene recursos para cubrir sus gastos médicos

 

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron

Emily quiere huir de Venezuela. Desea estabilidad para su familia, comida balanceada en su mesa y atención médica permanente para su esposo; derechos que les han sido arrebatados en la Venezuela actual debido a la emergencia humanitaria compleja.

“Si deseo irme a otro país porque en Venezuela no hay ninguna posibilidad de tener una mejor calidad de vida para mi familia, sobre todo para mis hijos que todavía dependen de mí. Sé que no es fácil emigrar a otro país, pero creo que sí tendrían una mejor calidad de vida”.

Pero una gran brecha se le planta de frente: no tiene ahorros ni red de apoyo familiar que la reciba en el exterior, por lo que una salida apresurada sin un plan trazado de cuándo salir de Venezuela y a dónde llegar, supondría un riesgo para la integridad de sus dos hijos, de 17 y 6 años.

“No quiero ponerlos en peligro. Por eso  nos vemos obligados a permanecer acá”, confiesa la falconiana, desde el apartamento en el que vive, en Punto Fijo.

De acuerdo con la plataforma R4V, Plataforma de Coordinación Inter agencial de Refugiados y Migrantes de Venezuela, cerca de 7,3 millones de venezolanos han escapado del país y se prevé que, para finales del 2023, la cifra suba a 8 millones.

La plataforma aclara que esta cifra no necesariamente implica una identificación individual ni un registro de cada individuo. Incluye un grado de estimación, según la metodología de procesamiento de datos estadísticos utilizada por cada gobierno. Advierte que “como muchas de las fuentes de los gobiernos no toman en cuenta a venezolanos sin un estatus migratorio regular, es probable que el número total sea más alto”.

Emily se graduó en el 2008 de licenciada en educación integral

Frustración por no ejercer como docente

Emily Nava se graduó como licenciada en educación integral. Como miles de profesionales, su sueño era ejercer y devengar un sueldo digno, que le permitiera cubrir las necesidades elementales de los suyos.

Pero la realidad ha sido opuesta. “No trabajo como maestra porque el pago aquí en Venezuela es muy bajo, es de 7 dólares y eso no alcanza para sobrevivir aquí, ni para cubrir la necesidad de mi familia, ni para cubrir las comidas, para nada”.

Prosigue: “Además, debo cubrir el gasto que tengo en pasaje para trasladarme hasta la escuela, entonces menos alcanza, eso es poco sueldo”.

Emily se proyectaba ejerciendo  como maestra. “Estaba y sigo estando llena de amor por mi carrera, con mucha ilusión de ir a trabajar para implementar mis conocimientos a los niños, prepararlos para su futuro, para que fueran unos profesionales. Guiarlos en su diferente aprendizajes y conductas, eso era lo que yo veía para mi futuro”.

Desde el pasado 16 de marzo, el régimen venezolano al frente de Nicolás Maduro, ajustó la tabla salarial de los docentes del sector público en Venezuela a medio petro. La escala varía de acuerdo con las horas laborales y el nivel de formación del profesional.

Esta crisis está marcada por una fuerte hiperinflación, aumento de la pobreza, reaparición de enfermedades erradicadas, delincuencia e incremento de la mortalidad, trayendo como resultado una emigración masiva del país.

“Me hace sentir deprimida y frustrada, con mucha impotencia no poder desempeñarme, no poder ejercer lo que con mucho sacrificio de lo que logré graduarme”, recalca la mujer, de 39 años.

Con su graduación, Nava también proyectaba ayudar a sus padres, “pero aquí en Venezuela el hecho de uno haberse graduado y que no pueda ejercer su profesión, que no tenga valor alguno para nuestro futuro, es devastador”, repite con mucho pesar.

La familia vive en un apartamento de clase media. El deterioro del conjunto se evidencia en la zonas de esparcimiento, que están en total abandono

Un futuro incierto para sus hijos

Emily tiene dos hijos: un varón de 17 años, quien estudia el quinto año de bachillerato y una niña de seis años, quien se encuentra en el segundo nivel de preescolar.

Saber que su hijo está próximo a graduarse la tiene feliz, “porque es otro logro en mi vida y en la vida de él, de que se gradué a pesar de tantos sacrificios, pero bueno, le agradecemos a Dios  lograrlo”.

Al mismo tiempo, brotan en ella sentimientos de tristeza por no tener los recursos necesarios para poderle pagar su graduación y costearle una universidad privada, debido a que “las universidades públicas no están en buenas condiciones”.

Ella profundiza en esta precaria situación: “Las clases las están dando a distancia y eso es un proceso muy difícil que una universidad pública tenga una educación de calidad que ofrecerles a los jóvenes venezolanos”.

Cuando los pensamientos sobre el incierto futuro académico de su hijo la invaden, Emily rememora tiempos pasados, signados por la prosperidad. “Mi forma de vida era más estable, tenía una posición económica media donde teníamos trabajo. El sueldo nos alcanzaba para cubrir las necesidades de mi familia. Quisiera que esos tiempos volvieran”, dice esperanzada.

Los carteles de venta de apartamentos son muy comunes, debido al éxodo masivo de venezolanos

Sin acceso a salud básica y especializada

Emily no tiene complejidades de salud. Tampoco sus hijos. Pero su esposo Eliber  sufre de hipertensión y una condición cardíaca que lo limita para ejercer trabajo físico de alto esfuerzo.

“No asistimos a la clínica privada porque no contamos con los recursos para costearla. Debemos ir al sistema público de salud que también está en muy malas condiciones, no hay medicamentos ni insumos.

Si una persona tiene que operarse, tiene que llevar los insumos, hacer bingos, rifas, vendimias para poder costear sus gastos. Aquí lo sé los servicios públicos de salud no cuentan con ningún tipo de recursos, tienen muy malas condiciones, los médicos te atienden bien, pero no tienen los recursos para ellos darnos medicinas o cualquier medicamento que uno necesite en el momento”, agrega, con tono de indignación.

En el caso de su pareja, los medicamentos y consultas se los costean ellos mismos, con el apoyo de familiares, para evitar que recaiga o empeore su condición de salud.

Pese a esos esfuerzos, Emily admite que no tienen una alimentación balanceada. Compran la comida a diario y consumen solo lo que el presupuesto le permita.  “Lo más costoso siempre es la carne y los vegetales, por lo que tenemos que suprimirlos la mayoría de las veces. Es complicado”.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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