Reportes, Venezuela

“Me duele no poder darle educación universitaria a mi hijo”

La crisis de la educación pública en Venezuela alejó a Gabriel de su meta de forjarse una carrera profesional en el estado Zulia

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron

En julio del 2022 Gabriel Atencio recibió su título de bachiller en ciencias de una escuela arquidiocesana del municipio San Francisco, en el estado Zulia. Con sus padres, hermanas y compañeros de salón posó orgulloso con su diploma; mientras aguardaba los resultados de ingreso para iniciar una nueva etapa académica en la universidad del Zulia.

Desafortunadamente, este centro de estudio superior no habilitó el número de cupos esperados; por falta de personal dotación de espacios de estudio. Tanto él como algunos de sus amigos del barrio quedaron por fuera y ahora se encuentran en un limbo académico, sin oportunidades de continuar con su formación profesional.

Esto a Karina Atencio, su madre, la tiene desconsolada, desesperanzada, agobiada. “Nosotros no tenemos forma de pagarle una universidad privada. Buscamos un cupo en el programa de becas ‘Jesús Enrique Lossada’, que está otorgando Manuel Rosales a través de la gobernación del Zulia; pero tampoco fue posible. Y nosotros no tenemos dinero para pagar una universidad privada”, se sincera la mujer, de 42 años.

Gabriel, de 18 años, desde octubre, trabaja junto con su padrastro en un taller de refrigeración; como una forma de que el muchacho, pueda ganar algo de dinero y, al menos, costearse sus necesidades básicas. “Sé que no es lo ideal, pero es eso o estar en la calle con todos los peligros que existen para un muchacho”.

Gabriel posa feliz con una amiga de liceo con su diploma de bachiller

Crisis universitaria agudiza cada día en Venezuela

A puertas de cumplir 132 años desde su fundación, la Universidad del Zulia vive su peor crisis. Sin un presupuesto que cubra su mantenimiento, el robo y desmantelamiento reiterado de sus áreas de estudio y el masivo éxodo de profesores; ha puesto a tambalear a la casa de estudio insigne del occidente venezolano.

La Organización No Gubernamental Aula Abierta, que trabaja en defensa de las universidades en Latinoamérica, en el 2021 documentó 156 incidentes de inseguridad en 16 universidades autónomas de Venezuela; delitos “que atentan contra el desarrollo de la docencia, dos contra la investigación, tres contra los servicios estudiantiles y dos contra las dependencias universitarias”.

En un comunicado a la opinión pública, Aula Abierta se ha referido también a la violación generalizada de derechos laborales de los profesores y el sector universitario, “como los salarios de pobreza extrema, agravar aún más el éxodo de universitarios; ocasionando que los procesos de docencia e investigación donde se genera el conocimiento y por ende, el ejercicio puro de la libertad académica, se ven dramáticamente afectados”.

Si se gira la mirada a las universidades privadas, los costos de inscripción y mensualidad, tasados en dólares, son impagables para familias como la de Karina. Ella investigó en la URBE, una prestigiosa universidad de Maracaibo, pero con lo que gana mi esposo, no les alcanzaría ni para cubrir la mitad de la mensualidad. Eso les genera mucha frustración. A Gabriel, resignación.

Karina y sus dos hijas en su casa, en el municipio San Francisco, en el estado Zulia

Una familia de clase media que lucha por sobrevivir

Como muchas familias que echaron raíces en barrios de clase media-baja en Venezuela, los padres de Karina fueron construyendo su hogar en un terreno amplio en una invasión del municipio San Francisco, en el estado Zulia.

Años más tarde, tanto Karina como sus hermanos, construyeron sus propias casas en el mismo lugar; debido a las dificultades de comprar una casa nueva en Venezuela.

La casa de Karina es modesta, con el espacio estrictamente suficiente para ella, su esposo y tres hijos, de 4, 6 y 18 años. “Tenemos dos habitaciones, una sala-comedor y una cocina.  Acá los cinco nos acomodamos”.

Además del limitado espacio para la convivencia familiar, Karina debe enfrentar los desafíos que supone acceder a luz y agua potable. “Últimamente el problema de la luz está fatal, se nos han dañado algunos electrodomésticos como el microondas, por los mismos bajones

Acceder al agua es otro suplicio. “Pasamos 15 días y hasta un mes sin servicio de agua. Sin dinero se nos hace imposible pagar diariamente por agua potable. Esto es muy difícil vivir así”.

Sin embargo, las limitaciones no siempre empañaron los sueños de Karina y su esposo. Antes de la agudización de la crisis humanitaria compleja en Venezuela, su estilo de vida era muy bueno, ya que ambos trabajaban.

“Salíamos a comer los fines de semana. Llevábamos a los niños al cine, al parque, a comer helado. Podíamos comprarles ropa a los tres. Nuestros ingresos sí cubrían nuestras necesidades, porque yo también trabajaba. Antes todo era más fácil en Venezuela”. Hay nostalgia en las palabras de Karina.

Ahora, además de la situación escolar de Gabriel, Karina debe hacer frente a la condición asmática de su segunda hija, de seis años. “Hemos vivido momentos complicados. A ella le dan crisis fuertes respiratorias. Eso es dinero que a veces no tenemos, debemos pedirle prestado a otras personas. He tenido que llevarla a hospitales públicos, los médicos nos han tratado muy bien, pero debemos llevar todos los insumos: inyecciones, medicamentos, mascarillas para la terapia”.

Karina añade que hay un medicamento llamado Rinolast, que alivia la alergia y las crisis de su hija, pero en el estado Zulia cuesta 15 dólares. “No le lo pudimos comprar y tampoco llevarla a un especialista porque todo es cuestión de dinero. O comemos o compramos el medicamento”.

 

Como no tiene con quién dejar a sus hijas, Karina tampoco puede trabajar. “Mi papá nos ayuda, pero no es suficiente, porque también tiene su casa y sus responsabilidades”.

 

Lo que sueña Karina para sus hijos

El sueño más grande de Gabriel es ser músico. Cantar y rapear en grandes escenarios, como cuando improvisaba en la tarima de su colegio, es lo que el muchacho imagina cuando va a dormir.

Karina conoce este anhelo de su hijo mayor y todos los días se esfuerza para que se abra alguna oportunidad para él. “Varias veces me ha dicho que se quiere ir de Venezuela; pero yo entro en pánico. ¿Cómo dejas ir a un muchacho solo, sin amigos, sin alguien que lo reciba y sin dinero? Eso no lo puedo permitir”, enfatiza la madre.

Ella desea que los tres vivan lo que ella cuando era joven. “Con un bolívar comprabas cosas, tenías una vida feliz en la Venezuela de antes. Ahora acá no hay futuro”.

Yo recuerdo que cuando iba a una plaza no tenía ese temor de que alguien me robe. Ahora que uno sale a la calle y ves que alguien viene corriendo, te asustas. También el tema de los servicios, antes teníamos agua, luz, gas, internet. Antes vivíamos con dignidad.

Para cerrar, Karina admite que no sabe en quién confiar. “El dólar para arriba, todo es inestable, no sabes a dónde pedir apoyo”.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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