Reportes, Venezuela

“Me cuesta mucho trabajo dejar mi casa y mi país”

Gladys Briceño es una sexagenaria que sufre de ansiedad, hipertensión y desgaste articular. Vive sola en Venezuela, luego de que sus tres hijos salieron forzosamente del país

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron

Gladys es hipertensa y tiene un desgaste en su rodilla izquierda debido a la insuficiencia de calcio que padece. Tiene que desplazarse con cuidado para no sentir dolor. Su hija mayor, Marianela, desde Estados Unidos, le provee los medicamentos y las vitaminas, en cantidades suficientes para un año de tratamiento.

La misma emergencia compleja ha obligado a Gladys a cambiar algunos hábitos alimenticios. Consume menos leche, menos carnes y menos queso; que son productos de elevado costo; aunque sabe la falta de calcio natural agudiza sus dolencias. Sin embargo, para Gladys es la única forma de asegurar que haya de todo un poco en su alimentación mensual, con las remesas que recibe de sus hijos.

Aunque puede acceder a algunos alimentos, ella no deja de pensar en aquellos que no tienen con qué comer. Y así afloran recientes y agrías situaciones en su barrio Los Olivos -al nororiente de Maracaibo-, donde menores de edad buscando algo de comer se ha vuelto una constante.

“En diciembre vinieron dos niños de unos 12 y 8 años pidiendo comida. Ese día hice sopa y les saqué una taza para que se la tomaran. Poco después, vino una niña de unos 15 años con un niño en un coche y otro en brazos. Le di algunos alimentos”, recuerda Briceño.

Y prosigue: “La aconsejé. Le dije que no podía andar con esos niños asoleándose. Eso es una forma de maltrato, porque se enferman, todavía hay COVID. Si la ve una patrulla con los niños, se lo quitan y hasta puede ir presa”. Como madre y abuela le duele ver el sufrimiento en rostros inocentes, que apenas están empezando a vivir.

“Son muchos los que hay pidiendo comida, porque no hay norte ni hay trabajo, el sueldo no alcanza para nada”, asegura con propiedad.

Marianela, Dionel y Marinet, hijos de Gladys

Gladys sufre del síndrome del nido vacío

María Daniela Sánchez, en su investigación de grado “Nido vacío y calidad de vida del adulto mayor venezolano” se aproxima, a través del diálogo con varios adultos mayores venezolanos, a esta sensación afecta la salud mental de esta población, describiendo que el adulto mayor experimenta las perdidas propias de esa etapa evolutiva con más intensidad por la crisis país, viviendo el deterioro de su calidad de vida y teniendo que hacer frente a la pérdida más significativa asociada a la desestructuración familiar por la emigración.

Esto produce una serie de emociones negativas que son calmadas por la fe y el anhelo de una mejora del país que les permita lograr el reencuentro familiar. Es caso de Gladys tiene los mismos matices.

Ansiedad, insomnio, cuadros de depresión es lo que dice sufrir Gladys -nada diagnosticado por las brechas de acceder a servicios de salud mental gratuitos-, pero tan presentes por estar lejos de sus hijos, que cada una de estas enfermedades las siente en los huesos y le pesan en el alma y el corazón.

“A diario los extraño. Es una soledad demasiado fuerte. Hago los quehaceres, lo poco que hay por limpiar y luego paso como un fantasma en la casa. Sola”.

Luego de dos años sin recursos ni para una luces de Navidad, Gladys pudo volver a decorar su casa, en diciembre pasado, con un regalo que le envió uno de sus hijos

Esta realidad dista de la que soñaba Gladys. “La imaginaba rodeada de todos mis hijos y mis nietos. Sentía que iba a ser muy feliz con todos mis nietos, porque son como otros hijos que uno tiene y a mí me encanta eso, a mí me encanta tener sentir la bulla, que griten en la casa, que estén todos conmigo. Era feliz durmiendo con mis nietos”.

Y continúa mencionando momentos felices e inolvidables de su pasado, como cuando en su casa se formaban aquellos parrandones o “hacíamos comelonas, disfrutábamos todos y yo me volvía loca haciendo la comida y consintiéndolos”.

Gladys se sincera sobre su eventual salida de Venezuela, pues tiene claro que en algún momento le va a tocar irse, “cuando mi salud no esté bien y Marianela me presione para que me vaya con ella. El problema es que me cuesta mucho trabajo dejar mi casa, mi país”.

Lionel es el nieto que crió y que todavía vive con ella. Hace unos meses recibió su título de contador.

Un nieto y una mascota, la única compañía de Gladys

Dionel Hernández (cuyo nombre es igual al hijo de Briceño) es el único nieto de Gladys que continúa en Venezuela. Es universitario y vive con ella. Con la madurez de sus años -62 para ser exactos- Gladys reconoce que lo mejor es que también deje Venezuela, “para que se desarrolle, para que pueda ejercer”.

No le niego que me pongo triste -añade- pero me reconforta de que va a ir a hacer su vida a echar para adelante, va a progresar porque aquí no hay manera de que él ejerza nunca su carrera de contaduría y tampoco la va a ejercer por cuatro lochas que es lo que le pagan a los profesionales en Maracaibo.

Y así como su casa ya no alberga a toda su gente, el mismo espejo se refleja en las calles de su barrio: “A muchos vecinos se les han ido sus familiares. Te asomas en la calle y no hay nadie. Da miedo salir de aquí porque no te consigues ni un alma. Da mucha tristeza”.

Mientras espera ese día gris, la sexagenaria marabina se consuela con la presencia de su mascota, una tortuga llamada Tomasa. Dice que es su niña chiquita, su tortura, “lleva quince años con nosotros, le hablo, me entiende, es como un bebe, es mi compañera de muchos años”.

Tres hijos, tres videollamadas diarias

Gladys debe madrugar para poder conversar con sus tres hijos. Dionel y Marinet viven en Madrid y Toledo (España), respectivamente. Por el cambio de horario, su único tiempo disponible es al mediodía; es decir, a las 5:00 de la mañana de Venezuela. Si el internet lo permite, se ven a través de la cámara; sino, Gladys se consuela con la voz de sus parientes.

Marianela vive en Estados Unidos. En Venezuela era una reconocida gimnasta y desde que se fue, le ha tocado reinventarse en el norte; haciéndose un campo en esta disciplina deportiva. Lionel tenía varios carros en el transporte público, pero con el desabastecimiento de repuestos, todos terminaron dañados en un garaje.

Además de sus hijos, Briceño extraña también a sus nietos. Leo, que tiene 15 años; Paúl, de 13. De ambos se perdió esa etapa de crecimiento, puesto que su hija ya lleva cerca de unos 6 años en España.

“Por eso quiero ir a pasarme siquiera dos tres meses con ellos. Allí pasar a ver a Dionel. Da tristeza, me duele porque esos niños pasaron desde chiquitos conmigo, pero ya eso no está a mi alcance, pero eso me lo recrimina Marinet, porque me perdí toda esa etapa por no poder estar con ellos en España.

Sobre la salida de cada uno de sus hijos, tienen un factor común: la falta de ingresos para cubrir lo básico como alimentación; además de poder acceder a servicios básicos de calidad como el agua y la luz.

“Desde que se fueron acá nada ha cambiado. Debo tener el mismo ahorro mensual para pagar el agua, que son como 15 dólares. La luz va y viene y del gas mejor ni le sigo contando, porque llega cuando quiere. Es todo un tormento”.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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