Reportes, Venezuela

“Me siento incompleta desde que mi hija migró a Chile”

Esta enfermera venezolana jubilada lleva cinco años separada de la menor de la familia. En Maracaibo intenta sobrevivir entre apagones y desabastecimiento de agua potable.

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron

Durante 30 años Inés Balza fue enfermera en diferentes clínicas y hospitales de Maracaibo. Con su uniforme blanco impoluto y su infinita vocación de servicio, Inés procuró bienestar y estabilidad para sus cuatro hijos.

Con su jubilación, efectiva hace ocho años, también aparecieron poco a poco los primeros signos de la emergencia humanitaria que aún golpea a Venezuela: aumento vertiginoso de la inflación, desabastecimiento, implacables cortes eléctricos y quiebre de la canasta familiar.

Como otros 900 mil adultos mayores en Venezuela, Inés proyectaba su vejez tranquila, con sus hijos y nietos, descansando y cubriendo con su jubilación lo básico y “uno que otro gustico”, confiesa.

En cambio, aunque Inés Balza dice estar tranquila, se quiebra cuando recuerda que su hija menor, Bertha Rosa Rodríguez, dejó Venezuela en el 2017, para buscar un mejor futuro para ella, su esposo e hijos morochos en Chile.

“Me siento incompleta desde que mi hija migró a Chile. Me hace falta su compañía. Bertha es la menor y quien era la más apegada a mí. Me acompañaba a donde quiera. En aquellos años (la década de los dos mil) era la más disponible para mí”.

En su tono de voz se refleja la tristeza: “Me puse muy triste cuando ella se fue del país porque sentí que mi familia quedo falla. Mis dos hijas y yo éramos las cabezas en familia”.

Bertha celebró sus 38 años en Santiago de Chile junto con su familia

Cinco años de audios y videollamadas con su hija

Los fines de semana junto a Bertha y sus nietos Santiago y Sebastián, de 9 años, se transformaron en notas de voz y videollamadas diarias, desde aquel octubre del 2017, cuando Inés despidió a sus familiares en el terminal de Maracaibo.

Inés aprendió de tecnología, de usar audios y tomar videollamadas para mantenerse en contacto con sus familiares en el exterior. Ella tiene otros dos sobrinos que también están fuera de Venezuela, por lo que tanto ella como sus hermanas enfrentan juntas el duelo de la separación forzada.

Esta zuliana, de 69 años, no ha tenido la oportunidad de viajar a Santiago de Chile y reencontrarse con su hija. “Es inalcanzable por ahora”, se sincera Inés, refiriéndose a las difíciles solicitudes de visado que exige el gobierno chileno, desde el 2019, a las personas venezolanas que deseen visitar o establecerse en su territorio.

Todos los días, como rutina obligatoria, Bertha llama a Inés para saber cómo está, para confirmar que ya tomó sus medicinas y para saber de sus otros 3 hermanos: Mervin, Marwin y Merines.

“Ella me envía remesas el último día del mes para completar los gastos de medicina y la comida”, indica la madre y enfermera venezolana, guardando la esperanza de un reencuentro para seguir viendo crecer a sus nietos.

Inés se adapta a una vejez no planificada

En el sector Los Olivos, al noroccidente de Maracaibo, Inés pasa sus días en casa, donde vive con un nieto de 23 años; viviendo una vejez no planificada, de la que intenta sacar el mayor provecho.

“Me imaginaba mis últimos años más relajada, más tranquila. Pero no me quejo, porque aunque vivo sola, mis otros tres hijos están pendientes de mí. Me alegro mucho cuando me visitan y me traen a los nietos”.

En Maracaibo están sus otros tres hijos. El mayor es taxista y según Inés, “se las ve duras ya que tiene tres hijos que mantener”. Él procura llevarle algo de mercado a su progenitora.

Su otra hija está desempleada y debido a un accidente de tráfico, tiene una incapacidad física que le impide desplazarse con normalidad. Y el otro varón trabaja en un restaurante. “Lo que gana es para su sustento”.

A pesar de todo, no le hace falta su alimentación. “Recibo el apoyo de todos y eso me llena de orgullo y tranquilidad”.

El tiempo libre, Inés lo distribuye en un grupo de oración (los jueves); un compartir semanal con sus amigas y excompañeras enfermeras (los viernes); y la misa en la iglesia católica (los domingos).

Inés y sus hijos el 31 de diciembre del 2014, en el estado Zulia

Una jubilación convertida en sal y agua

Además de sentirse incompleta desde que su hija migró a Chile, Inés todavía le cuesta creer que 30 años de trabajo abnegado se traducen en un kilo de queso, que es lo único que puede comprar con lo que cobra por su pensión.

“La pensión se supone que es el fruto de nuestro trabajo, esfuerzo, pero con tanta inflación, todo eso se ha hecho sal y agua. Es muy triste, de verdad”, se lamenta Balza.

Como si vivir lejos de su hija no fuera ya una odisea, Inés también enfrenta múltiples enfermedades de base que la obligan a llevar un cuidado extremo de su salud. Es diabética, hipertensa y cardiópata.

Como buena enfermera, Inés detalla la lista de medicamentos que debe tomar de forma obligatoria cada día, para mantener a raya sus enfermedades de base: metformina de 850 mg. Losartán de 50mg, carvedilol, atorvastatina, complejo B12, ácido fólico y omeprazol.

Desde Chile, su hija menor, quien trabaja en una tienda de maquillajes, aporta remesas para que Inés compre todos sus medicamentos.

Otro drama casi diario que vive Inés es la imposibilidad de acceder a agua potable. El servicio no llega con regularidad, por lo que cada tres días debe buscar dos dólares para comprar una pipa de agua. A veces no tiene ese dinero y debe pedirle prestada el agua a los vecinos. “Paso muchos apuros, la verdad”.

Pero antes de quejarse por su vida adulta no imaginada, Inés apela por su sabiduría e indica que lo que más sueña y le pido a Dios no es para ella, “porque ya yo viví lo que tenía que vivir”. Le pide a Dios que le dé estabilidad seguridad y bienestar a sus hijos; que sus nietos tengan una mejor vida que lo que ella no pudo darles, tanto emocional como económicamente.

Enfermería, una profesión subvalorada en Venezuela

Guardias nocturnas, dominicales y festivas acompañaron a Inés durante las tres décadas que ejerció la enfermería. En aquella época, recuerda la jubilada, tanto en clínicas como en hospitales, había todo lo necesario para ejercer los cuidados al paciente dignamente. “No nos faltaba nada, teníamos insumos, medicinas, implementos médicos, salas equipadas para el descanso, una buena seguridad social”.

Inés no es indiferente a la precaria situación en la que viven ahora miles de sus colegas en Venezuela. “Son unas luchadoras, unas guerreras”, califica la sexagenaria a su generación de relevo que enfrenta toda clase de desafíos en el ejercicio de su profesión.

Insostenible. Así califica el Colegio de Enfermeras de Caracas, la actual situación que atraviesan miles de profesionales a lo largo de Venezuela. “No tenemos insumos médicos quirúrgicos, medicinas, equipos de bioseguridad anticovid, uniformes… Además, en la mayoría de los centros de salud en donde laboramos hay escasez de agua y la higiene no puede mantenerse, con lo que corre riesgo la vida de nuestros agremiados”, declaraba su líder a un medio nacional venezolano unos meses atrás.

En las agendas públicas del régimen de Nicolás Maduro no hay priorización para atender estas urgentes solicitudes ni acondicionar los cientos de hospitales desabastecidos. Salvar vidas para las enfermeras venezolanas se ha transformado, paradójicamente, en una misión en la que las de ellas mismas peligra.

Aferrada a su fe, Inés augura un pronto “restablecimiento de condiciones dignas laborales y un sueldo de altura para todos aquellos que ejercen la medicina en Venezuela”.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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