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“Irme de Venezuela es una experiencia que no repetiría”

*Yoleida lleva un año lejos de sus hijos. La sexagenaria padece de varias enfermedades de base, que complejizan su calidad de vida. Sin empleo ni una pensión, depende completamente de las remesas familiares

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron

*Yoleida pasa algunas horas de la mañana cuidando el jardín de su casa. Sola, lejos de sus dos hijos, se refugia en sus helechos, palmeras e ixoras y distraer la mente, evitando recuerdos familiares que aguan sus ojos y entristecen su alma.

Ella acepta brindar su testimonio a Proiuris; pero como medida de resguardo, prefiere omitir los nombres de su hijo e hija, quienes viven en Chile y Estados Unidos, respectivamente.

Yoleida, ni ninguna de sus hermanas, imaginaron una vejez signada por la soledad. Como muchos adultos venezolanos, imaginaron sus últimos años rodeados de nietos, de reuniones familiares, de una jubilación digna y buena salud.

“No esperaba lujos ni viajes recorriendo el mundo. Solo quería estar tranquila, ver a mis hijos con sus propias casas, trabajando y sacando adelante a mis nietos”, revela la barquisimetana, de 67 años.

En el 2013, su hija mayor, junto con su esposo y dos hijos, fue la primera en tomar la drástica decisión de escapar de Venezuela. Estados Unidos, específicamente la ciudad de Salt Lake (Utah), fue el lugar que los recibió.

“No terminaría la lista de todo lo que padecieron antes de irse a Estados Unidos: no tenían luz ni agua, con sus salarios solo podían comprar comida por 5 días y nunca más pudieron reparar el carro, porque los repuestos estaban por las nubes”.

Añade: “Los niños estaban bajos de peso y se enfermaban mucho. Para comprar los medicamentos, tenían que pedirles a los amigos que se los trajeran de Colombia. ¿Quién vive así? Esa pobre niña (su hija) estaba viviendo un calvario”.

Algunos de sus placeres es tomar café. «Como buena venezolana un café con leche trato de que no falte en mis mañanas». Fotos: Proiuris

Santiago de Chile, el destino del segundo de sus hijos

A principios del 2016, el hijo de Yoleida emprendió una odisea por carretera desde Barquisimeto a Santiago de Chile. Nueve días en autobús y todos los ahorros de la venta de su carro, para empezar un empleo como albañil, en una congregación cristiana evangélica.

“A él un pastor lo ayudó mucho. Luego de 8 meses trabajando con él, le prestó el dinero para que le comprara los pasajes a su esposa y mis 3 nietos”, comenta Yoleida. En noviembre de ese año, mi nuera y los niños se fueron y pudieron reunirse.

En Venezuela, mientras la crisis agudizaba, Yoleida empezó a padecer severas afectaciones de salud. Una cirugía de emergencia de la vesícula, además de problemas de circulación, colocaron en jaque el futuro médico de Yoleida.

Sus hijos, uno al extremo sur del continente y la otra en el extremo norte, no escatimaron esfuerzos para pagar altos montos de una operación y días de cuidados intermedios en una clínica privada larense, a principios del 2019. “Si no fuera por mis hijos, me hubiera muerto; porque en los hospitales de Venezuela no hay insumos, implementos ni instalaciones aptas para este tipo de procedimientos”, añade con la madurez que le dan sus 67 años de vida.

Temerosos por el estado de salud de Yoleida, sus hijos tomaron una drástica decisión: renovar el pasaporte venezolano de Yoleida y comprarle un paisaje aéreo hacia Chile. En ese momento, el país sureño todavía no había oficializado la solicitud de una visa para aprobar el ingreso de nacionales venezolanos.

Septiembre del 2019. Con dos maletas y un mar de miedo por subir por primera vez a una aeronave, Yoleida se persignó, se encomendó a la Divina Pastora y cerró sus hijos mientras veía los cielos azules que la alejaban de su Venezuela.

A pesar de extrañar a sus hijos, busca la manera de mantenerse ocupada y no pensar en el futuro. Fotos: Proiuris

Una migración forzada que la regresó a Venezuela

Sin ninguna otra opción, al ingresar a Chile, Yoleida se convirtió en una migrante de edad, definida por las Organización de las Naciones Unidas “como una persona extranjera que se muda al país de destino con 65 años o más”.

En su nuevo hogar, junto con su hijo, nuera y tres nietos, con el pasar de los días, Yoleida comenzó a sentirse fuera de lugar “no porque mi familia me haya tratado mal ni mucho menos, era porque Chile es un país totalmente diferente a Venezuela. Todo me afectó. La comida, el clima, el comportamiento de la gente”.

De acuerdo con un informe publicado por la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el exilio, pueden experimentar aislamiento social y separación física de sus familias, lo que exacerba su condición de vulnerabilidad. Las mujeres y los hombres mayores pueden contribuir activamente a sus familias y comunidades, incluso durante el desplazamiento, si se les da una oportunidad.

Yoleida buscó por meses esa oportunidad. “Quizá limpiando casas, quizá cuidando niños, quizá cocinando, pero nunca se me dio la oportunidad. La gente en Chile es muy conservadora, fría, callada y fue imposible adaptarme”.

La Plataforma Regional de Coordinación Interagencial para los Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V) estima que 6.041.690 personas han abandonado Venezuela. A diciembre del 2020, casi 450 mil se encontraban viviendo en Chile.

“Irme de Venezuela es una experiencia que no repetiría”, se sincera Yoleida, quien en noviembre del 2020, en pleno auge de la emergencia sanitaria provocada por el coronavirus, le expresó a su hijo su motivación de regresar a su país.

Desconcertado y renuente, el joven le respondió que no dejaría que se devolviera a Venezuela, pues “él tenía miedo de que me contagiara, me agravara y muriera sola en un hospital”.

Pero Yoleida se plantó en su decisión y, pese a la oposición de su familia, adelantó trámites con la Embajada de Venezuela en Santiago de Chile para postularse y acceder a los vuelos de retorno al país.

De acuerdo con cifras del régimen venezolano, desde el 2018, más de 28 mil venezolanos han regresado al país, por medio del “Plan Vuelta a la Patria, como iniciativa “para atender las situaciones de vulnerabilidad y xenofobia que viven los venezolanos en el exterior”.

En el caso de Yoleida, no fue ni la xenofobia ni la discriminación lo que la llevó a volver a Venezuela. “No me adapté y preferí volver a mis raíces”, resume.

Volver en el momento más complejo de la crisis venezolana

Catorce meses “soportó” Yoleida fuera de Venezuela. Sobre ella recayó un rosario de críticas y reproches de familiares y amigos. “¿Estás loca?, ¿Por qué te devolviste?, ¿Si te da COVID-19 quién te va a atender?, ¡Eres una egoísta, luego de todo el esfuerzo de tus hijos!”, esas y muchas más opiniones y frases ‘hirientes’ tuvo que oír esta venezolana, luego de pisar Venezuela.

«Ya han pasado casi dos años y la gente sigue diciéndome que cometí el error más grande de mi vida, que cómo fue posible que me regresara en un avión de los enchufados”. Incluso, algunas personas la han tildado de “chavista y madurista”; algo que le causa gran dolor y frustración a esta larense.

Hoy, sobrevive con las remesas que sus dos hijos le envían mensualmente desde el exterior. Algunos sobrinos que todavía quedan en Venezuela la asisten cuando necesita movilizarse a comprar alimentos. “Esto de estar sola no se lo deseo a nadie. He tenido que refugiarme en la oración, en la lectura, en la cocina, en la jardinería, para no volverme loca”.

Como muchos otros adultos mayores, Yoleida no tiene una perspectiva clara de sus próximos años de vida. Cuidar de su salud, apoyarse con sus otras dos hermanas y estar atenta al teléfono para comunicarse con sus hijos, son el hilo de “actividades obligatorias” que complementan su rutina.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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