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El océano Atlántico separa a Adriana de sus 4 hijos

La crisis humanitaria expulsó de Venezuela a esta mujer wayuu, quien ahora intenta estabilizarse en España para reunir dinero y lograr llevarse a los menores con ella.

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron

Adriana Vílchez siente profundo orgullo de llevar sangre wayuu en sus venas. Su infancia transcurrió en San José de El Moján, un municipio zuliano sobre el mar Caribe. En un terreno fértil, ella y sus familiares aprendieron a cultivar la tierra y a asegurar su sustento alimenticio.

“Mi niñez fue muy bonita, comiendo chivo, friche, yuca, tomando chicha, haciendo guapitos, usando mi manta guajira siempre”, es el primer recuerdo que comparte esta mujer venezolana, desde una habitación que comparte con su esposo en Madrid, España.

Separada de sus cuatro hijos, a quienes se vio en la obligación de dejar en Venezuela, esta migrante venezolana intenta reconstruir su vida en el viejo continente, alimentándose de la esperanza de una pronta reunificación familiar en este país europeo.

Atrás quedó el anhelo de que sus hijos Diego Andrés, de 16 años; Valeria, de 10; Valentina, de 7; y Carlos Daniel, de 5, continuaran con las costumbres familiares y crecieran todos juntos en su parcela familiar.

Adriana y su esposo luchan en Madrid para ahorrar y llevarse a su familia

Dionel Hernández, esposo de Adriana Víchez, fue el primero en huir hacia España, a finales del 2021. Múltiples razones empujaron al patriarca de la familia a procurar protección y estabilidad para él y los suyos. “A mi esposo le robaron el carro, con el que hacía carreras e invertía en un pequeño negocio de reparación de televisores. Luego de eso, bandas armadas lo comenzaron a extorsionar. A eso súmele que la plata no alcanzaba para comprar otro carro ni para invertir en algo más”.

“Tengo que buscar la manera de cómo mantenerlos”, fue la reflexión de Dionel antes de decidir escapar hacia Madrid, ciudad en la que ya una de sus hermanas vive desde hace años atrás. Adriana cuenta que fueron muchos sacrificios los que vivió la familia para reunir el pasaje aéreo. “Gracias a la perseverancia de él, de su hermana Marianela, pudo viajar”.

Entre tanto, ella se quedó con sus hijos en la casa de su mamá, en La Guajira. Adriana rememora que su madre “es una mujer fuerte y luchadora“. “Así somos nosotros los Wayuú ,en  la familia siempre se busca la manera de ayudarnos unos a otros”.

De esos meses separados de Dionel por la inmensidad del océano Atlántico, Adriana debía preocuparse por la alimentación de los niños. “En el pueblo es más fácil que en la ciudad, porque tú tienes tu terreno y siembras yuca, auyama, plátanos, granos, y eso nos ayuda mucho”.

Si debiera elegir una palabra para describirse, Adriana se describe como trabajadora. Mientras Dionel luchaba por encontrar un empleo en Madrid, Adriana se movilizaba a la ciudad colombiana de Maicao a vender café. “Me tocaba viajar todos los días para llevar qué vender y traer un bocado de comida para mis hijos”.

Tras más de un año separados, Dionel y Adriana tuvieron una conversación franca. “Te necesito aquí conmigo”, expresó Dionel. Ambos sabían que con el apoyo de Adriana en Madrid, sería más rápido para los dos reunir los pasajes de sus cuatro hijos.

Y así lo hizo. En mayo la migrante venezolana tomó maletas y partió hacia España. Ahora, el océano Atlántico separa a Adriana de sus 4 hijos.

Diego Andrés, Valeria, Valentina y Carlos Daniel, en la plaza central de San José de El Moján, en el estado Zulia

Un sueño familiar que no se ha podido cumplir

Cuando Adriana inició su relación sentimental, en el 2009, ambos se imaginaban tener una casa grande, con una piscina y un patio inmenso, para que sus hijos corrieran por toda la casa. “A Dionel con sus negocios, con sus comercios, con sus carros, como siempre le ha gustado a él. Por mi parte, trabajando”.

Prosigue: “Nuestro sueño siempre fue ese, tener nuestro hogar, tener un todo, construir ese hogar, fortaleciéndolo para nuestros hijos. De verdad yo no quería, no me imaginaba salir del país donde te criaste, donde estudiaste, donde trabajaste, donde tienes a tu familia”.

Nunca creyeron ser parte de los más de 6 millones de venezolanos que han huido de la crisis humanitaria compleja que azota a Venezuela. Ella, con un tajo reflexivo, asegura: “Yo decía: ‘aquí me quedo, aquí sigo luchando, aquí me quiero quedar, no quiero salir del país’. Pero bueno, nos tocó”.

La separación de sus hijos ha dejado un desgaste emocional en los corazones de esta pareja venezolana. El océano Atlántico sigue separando a Adriana de sus 4 hijos. “Ahora que estamos aquí solos, sin ellos, me deprimo, a veces me quisiera devolver, dejar todo para estar con ellos, ahora siento lo que pasó mi esposo cuando estaba aquí solo. Duele cuando llamas a tus hijos y te pregunten: ¿mami ya vienes por nosotros? ¿Cuándo nos vamos?…

Adriana aguanta las lágrimas al pensar que ese inmenso océano Atlántico la separa de sus hijos. “Eso duele te lastima, duele decirles estamos reuniendo los pasajes, estamos trabajando para buscarlos pronto, eso me destroza, les digo que en cualquier momento vamos a Venezuela a buscarlos”.

El único consuelo de Adriana es saber que su madre cuida de ellos. Ella los cuida, los adora. Mis primos y sobrinos están pendiente de ellos también. Somos una familia que vivimos en un solo terreno, todos juntos, pero no es igual, el calor de la madre y el padre siempre hace falta”.

La familia Hernández Vílchez en un cumpleaños familiar, en el 2019

La dificultad de encontrar un empleo en España

Desde su aterrizaje en la capital española, Adriana constató que el proceso migratorio no es nada fácil; sobre todo la inserción laboral. “No es fácil conseguir trabajo sin tus papeles, sin un permiso que te otorgue el gobierno”.

Su esposo, según Adriana, pasó días de frío y hambre. “Le tocó trabajar en negro, que quiere decir que no tienes derecho a seguridad social ni nada de eso, y que la policía no se dé cuenta”. Después de meses de explotación laboral, Dionel al fin tiene su permiso de trabajo y encontró otra oportunidad laboral en una empresa de mudanzas.

De su situación, asegura que la han tratado bien. “No salgo mucho porque no tengo papeles, si se me ha hecho difícil conseguir trabajo, donde tocó siempre me piden papeles y permiso de trabajo todavía no tengo.

Por ahora, la mujer guajira se soporta con la temporalidad de un trabajo de limpieza. “Conseguí un trabajo los fines de semana haciendo unos días a una señora que trabaja en el servicio doméstico. Yo la cubro los días en que ella descansa”.

Para migrar, dice, las personas deben pensarlo bien, tener fortaleza y paciencia. A veces Adriana ha querido “tirar la toalla”, regresar a Venezuela para abrazar a sus hijos y quedarse en su país. Luego la aguda realidad le aclara el pensamiento: “Mis hijos merecen un futuro mejor y en Venezuela no está ese futuro”.

Adriana luce con orgullo su sombrero Wayuú

Adriana espera por la aprobación de asilo en España

Después de Alemania y Francia, España es el tercer país de la Unión Europea que recibe mayor número de solicitudes de asilo. Quince mil solicitudes fueron de personas de nacionalidad venezolana; según datos de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado.

Adriana solicitó asilo político a su llegada, en mayo del 2022. La segunda cita para revisión de su expediente es en diciembre. “Tengo que esperar por lo menos 1 año para que me den el asilo o para que me den protección por razones humanitarias. Para ello tengo que presentar papeles y eso lleva su tiempo. No puedo salir del país (España) hasta que no arregle lo des mis papeles”.

“Con la ayuda de Dios espero que me den mi permiso de trabajo y así salir a buscar un trabajo”, finaliza.

Orgullosa de sus raíces, mientras aguarda por el sueño de la regularización migratoria en España, Adriana vestirá su manta guajira el próximo 12 de octubre. “Estoy orgullosa de mis raíces”, finaliza.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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