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‘Pienso quedarme en mi país aguantando las calamidades, la escasez, los apagones…’

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron

Dedicado a su trabajo con pasión, siempre con la mejor actitud, con una sonrisa para todos y siendo el primero en defender a su liceo, sus alumnos y al gremio docente. Yender Parra Barbosa, de 50 años, es un profesor jubilado recientemente, que dedicó su vida a la enseñanza en el municipio Santa Rita, ubicado en la Costa Oriental del Lago de Maracaibo, en el estado Zulia.

Sus hermanos migraron a Colombia al igual que su madre. A él le tocó vivir uno de los golpes más duros de su vida, recientemente, tras el fallecimiento de su mamá, la cual se fue con su hermana menor a Bogotá en busca de atención médica tras ser diagnosticada con una enfermedad terminal.

Este docente venezolano tuvo que enterarse de esta dura noticia estando lejos de su ser querido y no pudo viajar para las exequias.

“Es terrible estar separado de sus familiares. Yo viví una tragedia con la muerte de mi madre, que por la situación que vivimos en este país se tuvo que ir a Bogotá y allá falleció. Esto pega fuertemente, claro que sí. Tenemos el corazón arrugado, roto y enfermo de no poder ver a nuestros seres queridos, sino solo a través de las pantallas de un teléfono. Es fuerte este drama que vivimos los venezolanos con familias desintegradas y casas abandonadas”, relató.

El duelo del fallecimiento de un ser amado afecta las emociones de la familia y ligado al duelo migratorio es aún más difícil, tanto para quien se queda en el país de nacimiento como para aquellos que huyen del suelo que los vio nacer, como es el caso venezolano.

En una investigación realizada por estudiantes de la Escuela de Psicología de la Universidad Central de Venezuela: Vivencia subjetiva del duelo por migración de un familiar (Autoras: Arly Peña y Alessandra Tineo-2019) resalta en sus conclusiones las consecuencias de la migración para las personas que se han quedado en el país de origen y qué dificultades experimentan para desarrollar sus actividades cotidianas.

“Si bien es cierto que los sentimientos principales asociados al duelo por migración de un familiar corresponden a la tristeza, el que se queda, se posiciona desde un ángulo que describe la experiencia como un abandono que aunque parece ser forzado, conlleva un dolor profundo asociado a la soledad; pues el que permanece en el país, también se queda con todas las vivencias aferradas a ese espacio físico que sigue ocupando, y por tanto recuerda y revive constantemente en cada espacio que frecuenta y se desenvuelve en su día a día. Ser el que se queda parece tener implicaciones referidas a la dificultad para cerrar heridas solo por el hecho de que la esperanza del reencuentro se encuentra latente y constituye uno de los motivos, según los participantes (del estudio) para seguir adelante: el reencuentro. Es entonces esta posibilidad de reencuentro lo que permanece en los pensamientos de los participantes y condiciona sus pensamientos, actitudes e incluso, en algunos casos, la metas a corto y largo plazo al deseo de reunificación familiar”, precisa las conclusiones del informe.

Fotos: Proiuris

La distancia y el hecho de no poder abrazar a los suyos, besarlos le tienen el corazón arrugado, como él mismo lo describe, pero dice que afronta todo con mucho optimismo. “Tenemos las emociones a flor de piel y de nada lloramos, si estamos separados. Pero hay que ser optimista, yo pienso que nada es para siempre y que esto tiene que pasar y va a pasar. Amén”, dice.

A pesar que reconoce y ha sentido en su piel los efectos de la crisis humanitaria que vive Venezuela sostiene que no piensa migrar, tal como sí lo hicieron tres de sus hermanos, quienes desde el 2018 empezaron a dejar el seno familiar.

“Mi hermana menor fue la primera que se fue en el 2018 cuando estábamos viviendo bien marcada la escasez de alimentos, luego mi hermana mayor y recientemente mi hermano, hace menos de un año. Todos están en Bogotá buscando nuevos horizontes porque aquí la cosa está apretada”.

Prosigue: “Yo pienso quedarme aquí en mi país aguantando las calamidades, la escasez, los apagones, la falta de servicios públicos, la falta de todo. De salir sería de vacaciones, porque me gustaría ir a ver a mi sobrino, a mis hermanas, a mi hermano y conocer, pero no a emigrar yo no pienso emigrar hasta los momentos”.

Servicios en decadencia

Los racionamientos de electricidad siguen siendo el eterno dolor de cabeza para los venezolanos que viven fuera de la capital venezolana. Cuatro y hasta seis horas sin el servicio deben aguantar los zulianos, que han buscado alternativas para no perder la productividad en esas horas, pero sobre todo para soportar las altas temperaturas que se registran en el estado sin tener siquiera un ventilador para refrescar los 38 grados centígrados de sensación térmica diarios.

“Cuando uno menos piensa se va la luz. Uno vive los apagones echándole al Gobierno y conversando con el vecino debajo de una matica (…) Ya el venezolano está resignados a que le quitan y nadie dice nada, nadie protesta, nadie se queja (…) Pero bueno, a veces pasan días que no se va, pero de repente te sorprende en la noche. No hay lugar que no se vaya la luz, se va a cualquier hora. Así estamos y por eso que la gente se vuelve loca y se va del país, porque vivir así no es fácil”, cuenta.

El problema de las fallas del sistema eléctrico venezolano sigue siendo una de las necesidades más sentidas. En la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2021 (Encovi) aparece como uno de los principales factores que contribuye a los niveles de pobreza multidimensional de Venezuela. En puntos porcentuales el tema de la deficiencia de servicios públicos se ubicó en 16.45.

“Yo digo hasta cuándo nos van a tener sufriendo con los apagones, la luz es importantísima, pero hay otro servicio como el transporte público que en el municipio donde yo vivo es fatal, no existe; mientras que el tema del efectivo es otro problema, porque hay un solo banco y no hay efectivo en la calle”, dice.

Pero sigue contabilizando: “La gasolina dolarizada por eso podemos ver las bombas sin colas, después de eso necesitamos hospitales en buen estado con insumos y luego la educación, que está muy mal”.

A pesar de que Yender ha ejercido la docencia desde muy joven no escapa a las diferentes realidades en otros sectores del país. Para él es vital que el sistema de salud funcione, porque precisamente esta fue la razón que llevó a su madre a irse de Venezuela a Colombia.

“Aquí estamos en las manos de Dios, porque los hospitales están en mal estado, no hay nada. Aquí tenemos cerca lo que llaman el CDI (Centro de Diagnóstico Integral) y el centro de salud, pero nunca hay nada de nada, no hay pastillas, no hay inyectadoras, no hay insumos. Uno acude a emergencia a ver qué pueden hacer con uno, pero te piden todo, lo más mínimo. Y lo peor es que  hay que pedirle a Dios que haya un médico. Entonces, es a Dios a quien tenemos que acudir primero porque los hospitales y los CDI están fuera de servicio”, enfatiza.

Fotos: Proiuris

Educación catastrófica

Catastrófica, así califica este docente, recién jubilado, las condiciones en las cuales se imparte la educación presencial en Venezuela. “El liceo donde yo trabajo tenemos cinco años sin luz, es terrible el deterioro, entonces mi trabajo me lo tuve que traer a mi casa. En vista de las condiciones y “que no mejoraban decidí acelerar mi jubilación, porque las escuelas y el liceo están abandonados. Recientemente llegó al liceo una jornada de pintura y llegaron otros insumos, pero el problema principal que es la electricidad no lo arreglan. Me cansé de ver a mi institución así, por fuera está bonita pintada la fachada, pero los salones, oficinas sin luz; y así como esta mi liceo están la mayoría de las instituciones públicas de este país, deterioradas. Están mal, mal, mal esa es la realidad, y quien diga que no es así es porque es chavista y dice que todo está bien, pero fatal no tenemos un bombillito, ni un enchufe donde conectar una computadora. La única luz que entra es la del sol, y aparte de eso no hay baños”.

Cuenta que los docentes entran un rato a los salones y dan una clase a medias y tienen que salir corriendo por el calor.

Además, revela el drama de la deserción escolar tan brava que se está viviendo en los colegios públicos de Venezuela. La matrícula ha venido bajando abruptamente dice: “por ejemplo teníamos en el liceo 48 secciones de las cuales quedan 15 apuraduras, son apenas 3 secciones por grado”.

Este docente jubilado explica que lo mismo se ha repetido con los profesores, que han migrado masivamente.

En la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida 2021 (Encovi), se puntualiza que a la población de 3 a 5 años se le redujo su acceso a la educación inicial y con ello el apresto que se brinda para el desarrollo de competencias básicas para la continuidad del proceso formativo.

“Cerca de la mitad no accede a la educación inicial, si viven en hogares con insuficiencia de ingresos para satisfacer la alimentación o donde es bajo el clima educativo”, indica el informe.

El escenario para los jóvenes de 18 a 24 años tampoco es nada alentador a nivel educativo, porque según la Encovi el acceso a la enseñanza universitaria también se ha reducido. “Hay una movilidad desde la educación privada imposible de atender por las instituciones públicas. Debilidades para el desarrollo de educación a distancia. La exclusión es mayor entre los hombres jóvenes”, precisa.

Refiere el documento que los hogares venezolanos han buscado maximizar el aprovechamiento de su fuerza de trabajo para compensar la merma de los ingresos familiares.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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