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La vejez que jamás imaginaron Aly y Omaira en Venezuela

Dos de los hijos de los esposos Mavárez migraron. La pareja vive sola en Maracaibo, enfrentando cortes eléctricos, escasez de agua potable y sobrellevando las enfermedades de base que ambos sufren.

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron

Comprar una casa en Los Andes venezolanos para pasar largas temporadas de descanso y tener su propia huerta familiar, era uno de los sueños que deseaba materializar Aly Mavárez luego de jubilarse como empleado petrolero.  Omaira, su esposa, también imaginaba sus últimos años mucho más cerca de la naturaleza, sin el ruido y el ajetreo de Maracaibo, ciudad en la que ambos residen.

Por la mente de estos adultos mayores venezolanos nunca se paseó la posibilidad de un futuro lejos de Venezuela. Tampoco la de saberse lejos de sus tres hijos y nietos. Ambos creían tener sus últimos años “asegurados”, gracias a la pensión de ambos y los beneficios adicionales que otorgaba Petróleos de Venezuela a sus jubilados.

Cuando tienen servicio eléctrico, Aly pasa sus tardes viendo televisión, en especial series policiacas. Fotos: Proiuris

En Petróleos de Venezuela (PDVSA), que en otrora fue una de las empresas petroleras más importantes del mundo, este zuliano ocupó varios roles, tanto en campos petroleros como en labores administrativas. Era un orgullo portar la camisa de PDVSA. Todos querían trabajar allí porque tenía muy buenos beneficios laborales y cobertura médica casi ilimitada”, recuerda Mavárez, quien entregó 35 años y dos meses de su vida a esta institución del Estado.

Con la complejidad de la crisis humanitaria, ambos viven una vejez jamás imaginada, contraria a la que soñaban. Una que les ha robado su calidad de vida, la oportunidad de estar con sus tres hijos. A ambos les ha robado la esperanza.

Despedir a sus hijos, un dolor que pesa en la pareja

La vejez jamás imaginada de Aly y Omaira en Venezuela comenzó con la separación de dos de sus 3 hijos.  El primero en tomar maletas y viajar hacia Colombia fue el menor, en el 2016. “Él se fue por tierra hasta San Antonio del Táchira y de allí le tocó pasar por trocha pagando, porque el puente (Simón Bolívar) estaba cerrado. Yo solo oraba para que no me lo fueran a robar o a matar cruzando para Colombia”, rememora Omaira.

Alibeth, la hija del medio, bioanalista de profesión, huyó de Venezuela con su esposo y dos hijos. La familia echó raíces en San Antonio de los Cobres, una pequeña región al noroeste de Argentina aún inhóspita, con temperaturas que rosan los -10 grados centígrados en invierno.

Tanto ella como su esposo se desempeñan como profesionales de la salud en el único hospital del pueblo, mientras que sus hijos estudian secundaria. Omaira añade: “A ellos les ha ido muy bien por la Gracia de Dios, ya mi yerno tiene un cargo público en Argentina y se han podido comprar su carrito”.

La única opción que tenían los dos hijos de los adultos mayores era abandonar Venezuelapara hallar un futuro próspero. Sin embargo, a Aly y Omaira le afloran las lágrimas al ver el último retrato de Navidad todos juntos en familia, en el 2015. Después de 7 años, siguen conservando la fotografía como un tesoro en sus celulares y sus cuentas personales de Facebook.

Cuando se le pregunta si espera un próximo reencuentro, el señor Aly se mantiene en silencio. Frente a las circunstancias actuales, sabe que es casi imposible si quiera imagina otra Navidad todos juntos en familia. “¿Cómo puede viajar mi hija Alibeth a Venezuela? Todos tienen el pasaporte vencido y renovarlo es un dineral”, se lamenta Omaira, quien ha aprendido a usar aplicaciones móviles para hacer videollamadas, tomar fotos y grabar videos para mantener el contacto con sus parientes en el extranjero.

La lista de medicamentos que debe consumir Aly Mavárez para mantener a raya la hipertensión y la diábetes. Fotos: Proiuris

Sobrevivir sin servicios básicos y escasez de medicinas

La vejez que jamás imaginaron Aly y Omaira en Venezuela comienza con el dolor silente en sus corazones por vivir alejados de sus familiares. Sigue la lista de calamidades diarias que deben enfrentar día a día. Son casi 10 años, de acuerdo con el testimonio del señor Aly, que sufren cortes eléctricos indiscriminados y escasez de agua potable en Maracaibo.

Los bajones de luz les ha dañado “el aire acondicionado, el microondas y una de las neveras. Hasta el ascensor del edificio está parado y a nosotros nos toca subir y bajar cinco pisos para poder salir a comprar alimentos”.

La crisis económica también ha golpeado la canasta familiar de los Mavárez. Aly es diabético e hipertenso. La dieta que debe seguir es estricta, baja en azúcar, sal, carbohidratos y alta en proteína; pero en una economía dolarizada, lo que reciben de la jubilación y los bonos trimestrales de PDVSA no alcanza para añadir pescado, frutas o vegetales verdes a la dieta diaria.

Omaira reconoce que a veces se la ven “apretada”, pero dan gracias a Dios “porque nunca nos faltan las medicinas ni las tres comidas del día. Si no fuera por lo que nuestros hijos desde Colombia y Argentina nos envían, no sé cómo sobreviviríamos”.

Ella sufre de glaucoma en el ojo izquierdo y de artrosis de rodilla, una condición que le impide desplazarse sin la asistencia de un bastón. A veces pasa semanas sin salir del apartamento porque bajar los cinco pisos del edificio supone una hinchazón de días en ambas piernas y un dolor que describe como “insoportable”.

Ambos toman medicamentos, que les envían cada dos meses desde Colombia. Aly consume Losartán potásico para la tensión; coraspirina para el corazón y la metformina para controlar el nivel de azúcar en el cuerpo. Omaira debe inyectarse un medicamento antinflamatorio y realizar terapia física en casa, cuyos ejercicios trata de realizar con la ayuda de una banda elástica. También toma biotina porque sufre de caída masiva del cabello y piel seca. Las citas médicas también son costeadas por sus hijos en el exterior.

La pareja tiene una hija mayor que vive cerca y está pendiente de visitarlos; pero a diferencia de sus hijos, no cuenta con los recursos económicos para asistirlos. “Ella trabaja como asistente en un colegio y lo que gana es para las necesidades de mis tres nietos”, añade la sexagenaria.

Aly y Omaira hacen parte de las 900 mil personas de la tercera edad que viven completamente solas en Venezuela, de acuerdo con cifras calculadas por la ONG Convite. Esta realidad los deja en altos riesgos de protección, tanto médicos como de seguridad, como añade la investigación adelantada por esa organización civil.

Omaira se entretiene haciendo manualidades con retazos de materiales que su hija mayor le trae de la escuela en la que trabaja. Fotos: Proiuris

Transcurrir el día a día, sin pensar en el futuro

“Ya yo no hago planes a futuro, vivo un día a la vez, porque es la única manera de mantenerse cuerdo”, apunta Omaira, que trata de distraer la mente haciendo manualidades para la casa, con artículos reciclados. Aly, por su parte, tiene una rutina de caminar por el sector La Pomona y conversar con los pocos amigos que quedan en la torre D, en la que reside desde hace 37 años. “Esto parece un ancianato. Toda la gente joven se ha ido”, se lamenta.

El fenómeno del abuelo abandonado, lo llaman los expertos. “Es una realidad que aumenta cada año en Venezuela. Hay miles de ancianos dejados atrás quienes, por circunstancias de salud, económicas o culturales, no pueden migrar con sus familiares y deben convivir en una nueva dinámica de vida que lleva a muchos a sufrir de depresión, ansiedad y hasta enfrentar ideas suicidas”, aporta la trabajadora social María Alejandra Sánchez, quien trabaja para una ONG internacional en Venezuela, pero que por mantiene en el anonimato, para evitar represalias políticas en contra de su labor.

La especialista recomienda a los migrantes, cuyos padres o parientes mayores quedaron en Venezuela, a crear dinámicas de comunicación con ellos. Es necesario que los llamen, que les envíen notas de voz, fotos, que recuerden juntos momentos pasados bonitos, que los motiven a buscar algún pasatiempo, a leer o a buscar redes de apoyos entre vecinos, amigos, etc.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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