Reportes, Venezuela

Sobrevivir en las trochas: la historia de una migrante pendular que trabaja en Colombia para poder vivir en la frontera

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron 

Desde el primero de abril del año 2018, *Estefanía empezó a ser una ciudadana de frontera, que se mueve entre los límites de la ciudad de San Antonio, del venezolano estado Táchira, y La Parada, del municipio colombiano de Villa del Rosario. Esto luego de haberse desplazado internamente dentro de su país, desde Guárico hacia Maracaibo. Todo en la búsqueda de sobrevivir a la Emergencia Humanitaria Compleja que atraviesa la otrora nación petrolera.

Tiene cinco hijos: la mayor de 21 años, el segundo de 18, otra de 7, uno de 6 y la última de 4.

“Los cinco están conmigo, eso es como mi cédula”, sentencia *Estefanía para asegurar que nunca ha querido separarse de ellos. Aunque en realidad es solo un decir, pues ella no cuenta con este documento de identidad, mucho menos con pasaporte, pero sí ya hizo todo el proceso del RUMV (Registro Único de Migrantes Venezolanos) para poder obtener el PPT (Permiso por Protección Temporal), un documento plástico que regulariza a los venezolanos en Colombia y les permite garantizar su acceso a derechos básicos y esenciales como una oportunidad para rehacer sus vidas.

Y en este deseo de reiniciar su historia y la de su familia, vive *Estefanía, quien empezó a subsistir gracias a las dinámicas económicas que se mueven en las trochas, los caminos ilegales que comunican a Colombia y Venezuela. Esa decisión la tomó porque: “Todo el trabajo lo tenemos aquí de este lado, trabajamos aquí y vivimos allá”.

-¿Y qué tipo de trabajo puede haber en las trochas de San Antonio y La Parada?

-Pues, de lo que se trabaja más que todo allá es como trochero, pasando mercancía, que eso era lo que yo hacía antes. Pero, de empresas y eso, la empresa tabaquera, que es lo que más se trabaja allá, pues armando tabaco. Pero, así de trabajo, trabajo, como tal en San Antonio, no, eso es como que una palanca, algo, porque como tal, no hay.

Las razones de la huida

“Migré porque la situación era horrible, era demasiado mala. Migré por el bienestar de mis hijos, era mamá y papá, tenía que buscarle algo mejor a mis hijos, no podía quedarme allá. No tenía casa, pagaba alquiler también y eso era mal porque no tenía una estabilidad tampoco. A pesar de que me la vi demasiado mal, tenía que buscar una solución y tenía que ser rápida porque no iba a dejar morir a los hijos míos. Imagínese, me hubiese quedado allá y pues, no hubiese logrado tantas cosas también, pues no, me hubiese quedado como en el aparato, digo yo”, explica *Estefanía.

Ella recuerda las vicisitudes de los días en que tomó la decisión de migrar para sobrevivir, con su hija menor de tres meses, pues ya no tenía cómo alimentarla. “De verdad que no tenía cómo, ni para comprar la lechita de ella, y eso me llevó a que saliera de Guárico. De irme primero pa’ Maracaibo y de Maracaibo, venirme a San Antonio, a frontera, porque aquí tengo una prima y mi prima me decía que me viniera, que aquí había trabajo en las trochas. Y poco a poco he salido, gracias a Dios, adelante”.

El difícil comienzo de la nueva vida

Pero migrar para *Estefanía no representó la mejora automática de su situación de vida ni la de su familia. Al principio, tuvo que dedicarse a la mendicidad en vista de la falta de oportunidades laborales en la ciudad limítrofe de San Antonio del Táchira.

“Me tocó pedir aquí en San Antonio pa’ poder comprar dos mil pesos de leche de cabra. Porque en ese entonces, mi niña más chiquita tenía reflujo y toda la leche que le daba, la devolvía, la vomitaba. Y entonces, salía a ver qué conseguía y la gente al verla a ella que parecía un pichón, todo chiquitico, porque era fea, muy fea y, porque como nació a los cinco meses, me tuvieron que hacer cesárea porque ya no tenía líquido y me la sacaron. Y cuando yo llegué aquí, estaba arrugadita, la piel era muy arrugadita, y la gente al verla, a los vecinos les daba curiosidad”, cuenta *Estefanía.

Prosigue el relato de la odisea de sobrevivencia: “Incluso, la guerrilla me la pedía, porque yo la iba a dejar morir, porque veían que yo no tenía la posibilidad de mantenerla, aunque aun así los vecinos o alguno de los ‘guerrillos’ me daba plata, yo salía para ver si barría, limpiaba o hacia algo. Así conseguía diez mil pesos –lo equivalente a poco más de dos dólares-. Me iba, alguien me pedía un favor y yo iba pa’ la bodega y así me daban que si mil, dos mil pesos, el otro necesitaba que le barriera y así”.

Dada esta inestabilidad, *Estefanía no tuvo más remedio que buscar trabajo en las trochas. “Ya después fui conociendo y me puse a trabajar en la trocha, cargando mercancía, haciéndole mandados a las personas que no cruzan pa’ Colombia, sino que no pueden cruzar porque tienen problemas y usted sabe que aquí es entre bandas, iba y le hacía mandado y me regresaba y así me pagaban y así fui conociendo y ya tenía clientes. Ya al día me salía hasta 20 mil, 30 mil pesos”.

De esta arriesgada forma, *Estefanía empieza a salir a flote, así lo narra: “Me mudé aparte y la bebé fue creciendo. Y así me fui trayendo a mis demás hijos desde el interior de Venezuela, porque yo me vine con los dos más chiquitos, después me traje a mi hermana, después me traje a la otra y así me los traje a toditos, me traje a los cinco pelados, los cinco completicos los tenía aquí. Y así entre los dos mayores y yo, trabajábamos en la trocha y pagábamos el arriendo”.

Una casa en Venezuela, mientras hace vida en Colombia

Con el paso del tiempo, *Estefanía empezó a asistir a una iglesia del lado colombiano, exactamente en La Parada, incluso allí consiguió un trabajo menos arriesgado. “Ahora en la Iglesia colaboro haciendo limpieza, ahí me dan una ofrenda. Mi hija tiene un trabajo en una casa de familia ahí en Cúcuta, sale nada más los martes, y mi hija me ayuda también con la comida. Ella siempre me compra el mercado y nos vemos allá en Cúcuta. Y la ofrenda que me dan en la Iglesia, la agarro que si para comprar el champú, los suavizantes, el jabón, y así, para comprarle las cosas del colegio a los niños”.

Incluso, en este momento *Estefanía está estudiando. “Ahora, estoy haciendo un curso de zapatería en la Iglesia y ahí estoy aprendiendo a coser, a hacer zapatos, de guarnicería. Ahí aprendiendo poco a poco para poder quedar fija en ese trabajo de zapatería, que ese es un trabajo bien pagado ahí en Colombia, porque eso es por producción y así, poco a poco aquí en mi casita y metiéndole porque también, como mi hija me ha remodelado la casita y me le ha hecho cositas que me le hacen falta, poco a poco la hemos ido frizando, ya le hicimos el baño, le compramos la camita a las niñas, los colchones, que si un escaparate, así hemos ido equipándonos”.

Con mucha ternura y emoción, *Estefanía cuenta que incluso ya cada uno tiene su cama. “Dios ha sido tan bueno y tan fiel conmigo, siempre creyendo que vamos a salir adelante, que todo va a salir bien, que mis hijas van a crecer, van a tener sus cosas. Porque al principio, yo lloraba mucho, lloraba demasiado, cuando yo dejé al papá de ellos tres, yo me dediqué fue a llorar, a llorar y a ver cómo salía adelante, porque con esa barriga yo decía, Dios mío, nadie me va a dar trabajo”.

También los tres niños menores de *Estefanía ya están estudiando en Colombia.

Del mismo modo, cuenta con la titularidad del terreno en el que construyó su casa del lado limítrofe venezolano. “El consejo comunal me lo dio”. Si bien, tiene acceso muy regular a los servicios públicos como agua y electricidad, el gas debe comprarlo en Colombia, pasando las bombonas por la trocha.

Los recuerdos de sus últimos tiempos en Venezuela

Hambre, miseria e incertidumbre fueron las vivencias que marcaron la huida de *Estefanía a la frontera.

“Iba al centro a recoger las sobras, las sobras que dejaban los demás. Que si los pedacitos de yuca que tiraban, de la verdura y eso era lo que les daba a mis hijas”, rememora.

De la misma manera, no olvida la falta de agua y los cortes de electricidad que vivió antes de migrar. Es más, todavía los padece allí en la trocha, incluso, ella ha naturalizado esta circunstancia. “Sí, los cortes de luz todavía existen. Dos horas al día, se va la luz. Y normal, eso es normal, son dos cortes, siempre se va”.

Otra de las vivencias que superó *Estefanía fue el complejo nacimiento de su bebé más pequeña.

¿Qué pasó? Que empecé a botar líquido, orinaba mucho y yo empecé a botar el líquido, en la orina, no sabía, pues. Y poco a poco se me fue saliendo. Cuando ya me quedaba poco líquido, fue que me empezaron los dolores, las contracciones. Y por eso me di cuenta. Fui al hospital y me atendieron, y pues, lo que sí tuve que buscar fue las bolsas de sangre, porque yo tenía la hemoglobina en ese entonces a 6. Para hacerme la cesárea, tuve que yo misma firmar un papel que, si me pasaba algo, ya eso era responsabilidad mía, no era responsabilidad de los médicos, pero ya gracias a Dios, la niña vive. 

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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