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Sobrevivir en la Venezuela dolarizada: la historia de una médica veterana

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron 

Casi 40 de los 63 años de vida de *Celeste, ha sido médica. Graduada de la Universidad del Zulia, ahora solo puede hacer consultas privadas, “porque trabajarle al servicio nacional de salud es lo último que puede pasarle a un doctor: mal pagados y ahora vigilados, acusados de ladrones, cuando sabemos que los ladrones son los directores de los hospitales afectos al gobierno”.

A pesar de toda su trayectoria, confiesa que es difícil vivir solo de la atención privada. “Los pacientes no tienen cómo pagar la consulta, por muy económica que uno se la coloque, entonces, el ingreso merma radicalmente”.

Cuando la huida no puede ser una opción

Ella pudiera pensar en migrar. Cuenta con todas las habilidades sociales, intelectuales y profesionales que deben caracterizar su perfil como médica. Incluso, hasta antes de iniciar la pandemia, al menos 32 mil colegas venezolanos de *Celeste lo habían hecho, según datos de la oenegé Médicos Unidos de Venezuela. Y aunque lo ha considerado, especialmente en los momentos de crisis como las propiciadas por las recurrentes fallas de los servicios públicos, para ella no resulta factible.

La primera razón que esgrime es la falta de documentos de viaje. “Necesito un pasaporte cuyo costo en el país es excesivamente caro, vale más de 200 dólares”. Luego de no tenerlos, *Celeste arguye que ha escuchado de muchos casos en los que los ciudadanos pagan la cantidad requerida por el ente estatal encargado de tramitarlo, pero “nunca llega la cita”. Además, a veces, hay que tramitarlo con un gestor o intermediario, a quien habría “que pagarle unos cien dólares más”, explica.

La médica también es una cocinera formidable. Su ascendencia marabina la ha provisto de intrépidas dotes culinarias que solían convertir la mesa de su hogar en el centro de reuniones de sus numerosas amistades. Hoy día, muchos de aquellos comensales ya no están en el país y a los pocos que quedan cerca, ya *Celeste no puede invitarlos con la frecuencia ni la abundancia de otrora.

Con la recursividad que la caracteriza, logra hacer dos comidas completas al día para ella y el hijo que la acompaña, pues su otra hija se vio obligada a migrar a Argentina hace alrededor de tres años. La joven hija, graduada como comunicadora social, frente a un brillante desempeño académico y las limitadas opciones laborales que le ofertaba su país natal, tuvo que labrarse un camino profesional en el exterior; y para lograr encaminarla, *Celeste tuvo que vender un bien inmueble.

Pero, no se ha arrepentido ni por un solo segundo de haber apoyado a su hija gracias al apartamento que pudo adquirir con el esfuerzo sostenido de sus primeros años de trabajo profesional al lado de su esposo fallecido, porque si bien los primeros meses de su hija como migrante no fueron sencillos, la joven logró posicionarse profesionalmente en una agencia de publicidad internacional, donde es reconocida y valorada como *Celeste sabe que difícilmente hubiese sucedido en Venezuela.

La desprotección en salud

Si bien, la veterana médica no padece ninguna enfermedad crónica como diabetes o hipertensión, sí ha atravesado episodios difíciles. “Ahorita estuve mal con una crisis de ácido úrico”, apunta, pero ella misma trata su afectación, porque le resultaría imposible acceder a algún componente del sistema público de salud de su país, además, no confía en ninguno de estos.

Fotos: referenciales cortesía

“Los exámenes en dólares, todos los laboratorios en dólares. Porque los hospitales ni los módulos de salud públicos sirven, no tienen nada. Entonces, a nivel privado, todos los costos de los exámenes son en dólares, hay que hacerse los indispensables. Por supuesto, el tratamiento y los medicamentos están escasos los de buena calidad. Además, estamos invadidos de laboratorios piratas de otros países, y las farmacias en este país inescrupulosamente los adquieren y los venden a precio de dólar y muchas veces a los pacientes no les hace efecto porque no son de buena calidad”, desglosa con detalle su diagnóstico sobre la salud en Venezuela.

“El desastre” de los servicios públicos

Hace una década, *Celeste era la directora médica de una cadena de instituciones educativas privadas que el Estado venezolano expropió. A partir de allí, ha estado vinculada a espacios gremiales.

Con la pandemia, ha tenido que reinventarse ofreciendo sus servicios de salud de manera privada, incluso ofrece la modalidad de consultas virtuales. Por estas razones, su ejercicio laboral lo realiza desde su hogar, lo que la ha obligado a sobrellevar los embates de la crisis de los servicios públicos desde allí.

En relación con el servicio del agua, junto a su comunidad, tuvo que hacer una perforación en tierra para poder obtenerla. “La luz, un desastre total, a nivel de toda la región. Un desastre total, no tienen plan de racionamiento, la quitan cuando les da la gana, y el servicio si llueve, se cae. El Internet también está deficiente, por supuesto, hay días en que podemos pasar una mañana sin Internet, a pesar de que tengo la suerte que no tienen muchos ciudadanos de que nunca me he quedado sin servicio de telefonía, ni de Internet, solamente por horas”.

Para *Celeste, “el aseo urbano también es un desastre, porque la gente está tirando la basura en las calles y avenidas, dado que la municipalidad no es capaz de tener un servicio de recolección de basura. Entonces, por supuesto, se vuelve contaminante, las calles están sucias, todo lo demás que conlleva el mal manejo de los desechos públicos”.

El único servicio público que no ha hecho sufrir más de la cuenta a *Celeste es el gas, porque en su conjunto residencial funciona a través de instalaciones directas, y afortunadamente “hasta ahora funciona, por medio de los consejos comunales”.

Lo que sí le preocupa a la médica es el aumento del costo de los servicios públicos. “Han ido aumentando en forma alarmante, es más, piensan hasta dolarizarlo, ya empezó el servicio de telefonía a nivel de dólares. Y prestando un mal servicio todos, o sea, son inversamente proporcionales a lo que cuestan, con respecto a la televisión, son empresas privadas que están cobrando en dólares con muchas deficiencias del servicio, pero que uno no puede quejarse en ningún lado, porque no hay ley, ni entidad que responda por parte de los servicios privados. Igual que la telefonía privada, sube los precios de los servicios todos los meses y cuando quieren no lo hay”.

El apoyo de quienes alcanzaron a salir del país

 

Para *Celeste, la ayuda de su hija y dos amigas que migraron resulta muy importante para su sostenimiento económico. “Mi hija me manda mensualmente y, en caso de emergencia, yo le pido. También tengo el apoyo de dos amigas en el extranjero que me mandan”.

Con estas remesas, junto a los honorarios que la médica cobra por sus servicios privados, logra sobrevivir en Venezuela junto al hijo que la acompaña. “Pero con la crisis inflacionaria del país, que no es en bolívares, sino en dólares, pues todos nos vemos alcanzados”, admite.

Las necesidades

La opinión de la médica se enfoca en el mejoramiento de la calidad de vida. Y allí empieza a describir muchas dinámicas que normalizaba en aquel contexto país en el que todavía no se asomaba la noción de una Emergencia Humanitaria Compleja como diagnóstico trágico.

Considera que los arreglos “aparentemente menores” de las viviendas incurren en costos que “son prohibitivos”. Critica que “los costos todos son en dólares y nuestros ingresos, prácticamente, son en bolívares. Por lo tanto, no puede haber un gasto extra aparte del normal de pagar servicios, comida y hasta ahí”.

Teme pensar en un problema de salud, porque “una enfermedad es una emergencia, así sea ambulatoria, se convierte en una emergencia por los exámenes, por los costos de los medicamentos que no están en el presupuesto. Asimismo, algún artefacto necesario para una calidad buena de vida, una simple llave que cambiar, una simple impermeabilización, se vuelve prohibitiva”.

En este orden de ideas, *Celeste extraña la recreación familiar y social. “No podemos socializar porque no hay transporte para movilizarnos y, en caso de que usemos el privado que son los taxis, son prohibitivos y en dólares. No tenemos distracción porque ir a un restaurante, a un cine, a un evento cultural, no hay cómo acceder, los costos están excesivamente caros. La población promedio no tiene acceso a nada de esas distracciones ni mejoras de la calidad de vida”, remata con desdén.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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