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Los hijos que quedaron atrás: los nietos que cuida la abuela

Reporte Proiuris

Voces de los que se quedaron 

Rebeca* es esposa, madre y abuela. Vive en Maracay, capital del estado Aragua y tiene 66 años. Su casa es propia y allí habitan también su marido y su cuñado.

De la familia de Rebeca hay tres personas que se vieron obligadas a migrar: primero se fue hace seis años un hijo –Jesús-; luego, otra hija y un nieto –Zoe y Marco Antonio-, quienes salieron del país el año pasado. Ella tiene cuatro hijos en total.

Cuando se le pregunta si quisiera migrar, ella contesta que para no le parece que esa una opción, ella solo desearía poder viajar para ver a sus hijos que tanta falta le hacen.

“Me gustaría, por lo menos, ver a mi hijo que está en Chile. Tengo mucho tiempo ya que no lo veo”, recuerda la madre.

Sobre su condición de salud, solo admite tener un problema en sus pies. “Me duele el arco del pie, estoy en terapia con los cubanos. Voy ahí. Y me están haciendo terapias”. En caso de una emergencia médica, Rebeca cree que cuenta con un ambulatorio que está cerca de su casa, y dice que también iría al hospital público.

En este momento, no trabaja. Cuenta que tiene una pensión. Además, no deja de resaltar: “Y mis hijos que me mandan. Por lo menos, el chino que trabaja aquí en el taller me da semanalmente 20 dólares, el otro también me da 20, pero no tiene fecha fija, así semanal o quincenal, no”, explica.

Tampoco deja de mencionar el apoyo de sus hijos que están fuera de Venezuela: “Zoe me manda, pero como ella tiene a su hija también aquí, y le manda a su hija, ya es recortada la cosa porque tiene que atender dos casas”. Apunta que estas remesas que envían sus hijos migrantes tienen frecuencias mensuales y quincenales.

Cuando le se pregunta por su alimentación, señala que come dos veces al día, porque elige desayunar tarde.

Sobre el tema del acceso a los servicios públicos como el gas, cuenta que es problemático. También el suministro de electricidad presenta fallas, al menos dos veces a la semana con cortes que pueden durar alrededor de tres o cuatro horas por día.

En medio de la crisis humanitaria compleja que atraviesa Venezuela, Rebeca considera que su necesidad más importante está relacionada con la estabilización de su poder adquisitivo.

“Ahorita, decir comprar las cosas, a uno le cuesta comprar las cosas, como hay otros que la pueden comprar, pero que todo se normalice, pues, que uno no tenga que estar pensando tanto para buscar las cosas”, es la petición de Rebeca.

Hijos que añoran a sus padres migrantes

Rebeca no deja de reconocer lo mucho que extraña a sus hijos que tuvieron que huir de Venezuela. “Yo sufrí mucho y todavía sufro porque me hacen falta mis hijos aquí en la casa”, dice.

De manera profunda, relata que sus mayores afectaciones están vinculadas con sus nietos, los que quedaron atrás en el proceso migratorio de sus dos hijos.

“Jesús, quien dejó a su hijo pequeño y de verdad que eso me pegó bastante, porque no tanto uno, uno ya ha vivido y eso, pero ese niño que está empezando a vivir y ya tiene seis años que no ve a su papá”, apunta.

“Me da tristeza también con Paula –la hija de Zoe-, que está por aquí y la mamá por allá”. Con esta nieta, Rebeca tuvo que lidiar con problemas más complejos, incluso de naturaleza psicológica dado el efecto conductual de la distancia de su hija con la niña.

“Fue preocupante porque a Paula le pegó mucho la ida de su mamá, quedar aquí conmigo y eso, porque la ida de Zoe, se pensaba que ella iba y regresaba y resulta que de la noche a la mañana me dicen que ella no vuelve, porque yo la esperaba, pero como me dicen que no vuelve, oye para mí y para la hija fue bastante duro”.

Rebeca describe la actitud de “rebeldía” que asumió la niña de once años, situación que para una persona de 66 años como ella resultaba difícil de sobrellevar.

“Ella quedó como una niña sola, ella se iba a quedar al lado, que vive aquí el otro hijo mío y están las otras nietas y se paraba tarde y no comía nada, se iba. Llegó un momento en que ella sacó las cosas de la mamá, las regalaba y tomó una actitud así”.

La abuela tuvo que asumir toda la responsabilidad del cuidado de su nieta: alimentación, vestido y todo, siempre con el apoyo económico de la madre de la niña. Incluso, la niña recibe formación en karate y atención psicológica para poder ayudarle a superar el vacío que le dejó la ausencia de su madre.

En este momento, Zoe, la hija de Rebeca, está haciendo grandes esfuerzos para diligenciar toda la documentación necesaria que le permita llevarse a su hija desde Venezuela y poder tenerla junto a ella en Estados Unidos.

Aunque Rebeca admite su soledad, agradece la cercanía con los hijos que todavía le quedan allí cerca de su casa.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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