Colombia, Destacados

La lideresa de los migrantes en la frontera colombo venezolana

Meibi Castillo es venezolana y tiene 32 años. No había cumplido los 30 cuando llegó a Colombia, exactamente a La Parada, en el municipio Villa del Rosario, plena frontera binacional. Es de Magdaleno, un pueblo del estado Aragua. En su país se graduó como licenciada en Enfermería, pero solo ejerció un año. También era artesana

 

Reporte Proiuris

Documentación Directa

A la situación económica, se suman razones de inseguridad como motivos para huir de su nación. “Yo salí de Venezuela porque decidieron apropiarse de mi tierra. Yo tenía una casa, tenía siembra, tenía mis matas, pero donde yo vivía era como un sitio estratégico y hubo un grupo específico que decidió quitarme mi casa, me tocó venirme”, explica con tristeza.

Cuando Meibi llegó a la frontera con su esposo e hijos no logró conseguir de inmediato lo que se esperaba. Después de cruzar, me senté a llorar, pensé regresarme con mi familia, no era lo que nos esperábamos”, recuerda. Ella solo aspiraba a conseguir un empleo fijo que la mantuviera estable económicamente. Incluso, hasta el momento, dice que “el deseo está, pero el empleo no. Aquí toca es el trabajo informal: ser trochero, ser maletero, vender agua, vender gaseosa, lo que te puedas imaginar”.

Ser trochera: un oficio complejo

Lo primero que descubrió como forma de obtener sustento fue la venta de caramelos. Pero con el pasar de los días, vio la posibilidad de ser trochera, una alternativa relativamente rentable, aunque para ejercer esa labor, debía aprender todos los detalles. Aquí tienes que saberte los caminos, los precios, a quién debes respetar, a quién no”, aclara.

Tres meses le tomó a Meibi comprender los alcances y límites a tener en cuenta para hacer este trabajo. Ya sabía el camino. Porque salir es fácil, pero tienes que saber también cómo regresar”, señala con certeza.

Confiesa que lo primero fue perder la pena para poder preguntarle a las personas: “¿Te colaboro con la maleta? ¿Te hago el viaje? ¡Yo puedo con ese bolso! ¡Yo te lo llevo!”. Relata orgullosa que la gente se sorprende cuando la ve cargar el peso de las maletas, a veces, hasta propina le dan por la admiración que causa.

El reto mayor acaeció durante los días de confinamiento a causa de la pandemia. “Ese tiempo fue más difícil porque no había por donde entrar ni salir”, rememora. El peligro de moverse por estos caminos ilegales se recrudeció y las formas de ganar algo de dinero para comer se vieron muy limitadas.

Sobrevivir en la trocha

Antes de la pandemia, Meibi vivía en un galpón que tenía alrededor de 50 cuartos que con la emergencia sanitaria se convirtieron en 70. “Te bajaron el precio, pero te seguían cobrando el diario y había que salir a conseguir 5 mil pesos, que tú lo veras poquito, pero era difícil salir a la calle y conseguirlos”. Este monto equivale hoy en día a poco menos de un dólar con 50 centavos aproximadamente.

Con la clausura del lugar que Meibi describe, “todas esas personas que vivíamos ahí, comenzamos a hacer cambuches en la trocha de La Arrocera, o por lo menos teníamos que tener algo para cubrir a los niños del agua, del sol, de la lluvia”. Fueron alrededor de 165 familias las que quedaron a la intemperie, incluyendo muchos niños.

A partir de este momento, Meibi y su esposo se convierten en una suerte de líderes que poco a poco van construyendo una relación social que logra conectar a muchos migrantes con entes de acción social con la capacidad para brindar algunas soluciones a los problemas que aquejan a estas comunidades.

La iglesia de Meibi: el lugar donde despegó su trabajo social

Además del ambulatorio de salud y un espacio de atención infantil, ambos ubicados en La Parada, para Meibi el templo donde vive su religión cristiana ha sido crucial durante el proceso migratorio: “La iglesia donde yo estoy, a pesar de que el aporte que uno hace es poco, ahí es maravilloso el trato”. Considera que no hay más lugares seguros para ella en las zonas donde vive y trabaja.

Además de ello, fue también a través de esta iglesia que ella empieza a erigirse como punto focal de contacto entre la comunidad con la que convive y las organizaciones con las que se relaciona. “Con la iglesia comenzamos, cuando vivíamos en la trocha La Arrocera, a ser como la voz de ese grupo de personas”, relata Meibi.

“La primera entrevista se la hicieron a mi esposo. Yo la veo y me pongo a llorar, mi esposo delgadito, en chancletas y mostrando la necesidad de mis amigos, de personas que son de allá de donde yo soy, comiendo pescadito, sardinita, arroz pico -algo que no comíamos en Venezuela-, viviendo en carpas, y el pastor de la iglesia fue como ese puente para nosotros empezar a hablar sobre la familia, sobre las necesidades, de ahí empezaron a llegar personas”.

Convertirse en migrante pendular

La manutención de la familia no ha resultado una tarea simple para Meibi y su esposo, por esta razón, una vez se empezó a reactivar el movimiento económico luego de los períodos de confinamiento, se vieron obligados a tomar la decisión de vivir del lado de la frontera venezolana.

“Primero por los costos. Del lado de Colombia, tú pagas diario y el día que no ganas ni un peso, no tienes con que pagar. Del lado de Venezuela, pago mensual el agua y la luz, un poco más económica, a veces ni te la cobran”, detalla la venezolana. Igual, admite que madrugar para venir a Colombia y regresar por las noches a dormir no es fácil.

Perspectivas y cifras sobre la migración que va y viene

“La migración pendular trasnacional colombo-venezolana se ha convertido en un mecanismo de subsistencia válido para los ciudadanos venezolanos o para los colombianos que viven en Venezuela; pese a las dificultades que implica el tránsito por pasos no legales, denominados ‘trochas’ que son controlados por grupos armados a quienes se les debe pagar una suerte de ‘peaje’”, señalan las investigadoras Eliana Mojica, Gladys Espinel, Marta Herrera y Andrea Camargo en su informe Dimensiones de la migración pendular colombo-venezolana Caso Cúcuta San Antonio del Táchira, publicado en 2020.

De acuerdo con el GIFMM (Grupo Interagencial de Flujos Migratorios Mixtos) en su Evaluación Conjunta de Necesidades para Población Pendular publicada entre junio y julio del año pasado, la muestra poblacional abordada -advertida más como indicativa que representativa- cuenta con el siguiente perfil: 75% son mujeres, el 25% son hombres; 54% viajan solos, 46% van en grupo de viaje; 35% ingresa a Colombia para estar más de un día, 56% para buscar alimentos. “Las tres necesidades principales en Colombia para esta población son alimentos 78%, atención médica 50% y empleo 44%, de manera muy similar a aquellas en Venezuela”, indica el informe.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

Related Posts

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.