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El temor de una migrante enferma al pedir atención en Urgencias

*Ángela padece incontinencia urinaria por un prolapso de vejiga que la hace susceptible a infecciones que recurrentemente le provocan fiebres altas y malestar general

Reporte Proiuris

Documentación directa

Suena el celular de *Melisa. Es su hermano angustiado. Le cuenta que su mamá, *Ángela, lleva varios días recostada en un sillón del patio de su casa, él la ve deshidratada, le dice que está perdiendo las ganas de vivir.

*Melisa ha respondido esta llamada desde Cúcuta, Colombia. Su hermano y su madre están en Acarigua, Venezuela. Ella sabe que debe traer a su mamá cuanto antes. Recuerda que el viaje cuesta alrededor de 100 dólares, los pide prestados y la manda a traer.

La razón del desaliento de *Ángela es una fiebre muy alta, ardor cada vez que va orinar y lo que más le apena y preocupa: la incontinencia urinaria. Son aproximadamente dos años padeciendo un prolapso de vejiga que, según ella misma explica, la hace muy propensa a infecciones.   

Enfermarse en Venezuela

*Ángela tiene 52 años, pero desde hace un buen tiempo no trabaja, son sus hijas, *Melisa, de 29 años, y *Johana, de 21, quienes colaboran con su manutención desde que tuvieron que migrar a Colombia.

Cuando *Ángela empezó a sentirse mal, supo que no podía acudir a ningún hospital, por la precariedad de los servicios de salud en Venezuela. “Están malísimos. No hay nada, en esos hospitales no hay nada, ya eso se acabó”, lamenta.

Así que optó por una consulta privada donde alcanzaron a hacerle una citología y una ecografía. Incluso, para pagar esta atención y calmar los primeros síntomas del deterioro de su salud en Venezuela, dependía de las remesas para la compra de los medicamentos, pero no siempre alcanzaba.

“En ese momento, me dijo la doctora que veía algo ahí que no le gustaba mucho y que tenía que hacerme otra citología. Ahí fue donde entonces las muchachas decidieron que me viniera para acá”. *Ángela se siente muy limitada: “No puedo hacer fuerza porque me orino; toso, me orino; estornudo, me orino; y el ardor ni se diga”. 

Foto: Proiuris

Buscando una solución en Colombia

Lo que había visto la médica venezolana fue el diagnóstico que apuntó en el informe del examen: “Células escamosas atípicas de significado indeterminado (ASC-US) en un fondo de atrofia”. Y que hasta este momento, es el único con el que *Ángela cuenta por escrito.

Si bien ha sido revisada por un par de médicos desde que llegó a Colombia, estas atenciones no han sido formales, lo que ha limitado su posibilidad de contar con un informe capaz de dar cuenta de la realidad de su condición de salud. Prácticamente todo se lo han dicho de manera verbal.

“Era una quemazón por dentro que yo sentía”, cuenta la mujer. A la par, también sigue atravesando fuertes episodios de fiebre que pueden durar hasta varios días. “Temblaba y no me provocaba comer”.

Cuando *Ángela viajó desde Acarigua hasta Cúcuta, el paso peatonal de la frontera compartida entre el estado Táchira y el departamento Norte de Santander seguía suspendido por la pandemia, así que tuvo que pasar por las trochas. Describe que fue “una experiencia fea”.

Los únicos apoyos

Han sido dos organizaciones: una humanitaria, SJR (Servicio Jesuita para los Refugiados), y otra defensora de derechos de mujeres, la Corporación Mujer, Denuncia y Muévete, las que le han dado la mano a *Ángela y sus hijas, pero el malestar de ardor y fiebre aunque mejoran, no cesan, mientras que la incontinencia urinaria persiste.

*Ángela recuerda que estas atenciones fueron recibidas solo con la cédula de identidad venezolana, que es el único documento con el que cuenta, puesto que hasta ahora está tramitando la posibilidad de acceder al Estatuto.

Durante este proceso de revisión mediado por las organizaciones a través de médicos voluntarios, se le indicó que era necesaria una operación para corregir el prolapso de vejiga en segundo grado, que está padeciendo y que dicha condición es la causa de su incontinencia urinaria.

Cuando *Ángela preguntó sobre la posibilidad de operarse, le contestaron que para eso debía estar afiliada a la salud en Colombia y por ende inscrita en una EPS (Entidad Promotora de Salud).

“Cuando me dijeron eso, yo dije: -Doctor, yo no aguanto más, yo me orino. A mí me da pena, porque a veces me paro y se me sale la orina. Entonces, me dijo: -Bueno, vamos a mandarle a hacer el urocultivo para ver si tiene alguna infección urinaria”. De acuerdo con lo que entendió *Ángela, los resultados de ese estudio arrojaron que en ese momento no tenía infección. Pero eso ya fue hace meses, hoy sus malestares continúan y su calidad de vida se deteriora cada vez más.

Recuerda que cuando estaba en Venezuela se sentía muy asustada con el color y el olor de su orina, y aunque con el tratamiento mejoró un poco, igual sigue percibiéndola muy amarilla, además, el olor sigue siendo difícil de tolerar.

Para ella no es una opción volver a Venezuela para tratar esta condición: “Allá todo es dólares”. La esperanza de *Ángela y sus hijas está en poder mejorar aquí en Colombia, quisieran poder tener acceso al derecho humano esencial de la salud.

“Claro, como seres humanos que somos, porque si nos enfermamos, entonces nos podemos morir o nos podemos enfermar más. Muchas veces preferimos automedicarnos, porque nos da temor o nos da pena ir al centro de salud, porque sabemos que no nos van a atender”, explica *Melisa.

Foto: Proiuris

El miedo de ir a Urgencias

“Esta semana ha tenido mucha fiebre, nos ha tocado automedicarla nosotros mismos, le compramos azitromicina y acetaminofén, porque en verdad, si vamos al centro de salud, sé que no la van a atender porque ya nos han dicho que somos venezolanos”, rescata *Melisa.

En esos momentos de fiebre tan alta, las dos hijas de *Ángela no saben cómo controlarla, ha pasado por sus mentes llevarla a Urgencias del centro médico más cercano. Pero ella tiene miedo: “Pienso que me pueden tratar mal, porque como uno no es de aquí”.

Frente a este panorama, la abogada venezolana radicada en Colombia, Laura Dib Ayesta, directora de la Clínica Jurídica para Migrantes de la Universidad de Los Andes, apunta que este caso “muestra el temor que tienen las personas migrantes y refugiadas de interactuar con entidades a cargo de la prestación de servicios”.

Y resulta que hay dos antecedentes problemáticos con las dos hijas de *Ángela y el acceso a servicios de salud en Cúcuta. Con *Melisa, un día tuvo dolor de oídos y no quisieron atenderla. Y a *Johana, quien padece gastritis, la atendieron una primera vez, pero la segunda le advirtieron que no volviera por ser venezolana. “Ese temor es latente y no es infundado, porque dos personas, sus hijas, muy cercanas a ella, han vivido esta misma experiencia”, aclara la abogada Dib.

“Agarré miedo, yo vi como ese día no quisieron atender a mi hija. Y como le dijeron a la otra que no volviera más porque no la iban a atender, que ya había ido dos veces seguidas”, recuerda *Ángela. 

Dib constata la situación, relata que desde el espacio académico legal que dirige, “hemos tenido casos de personas que van a Urgencias y son maltratados, no les permiten ingresar, les dicen, devuélvanse a su país, ustedes no son de acá”.

En este sentido, Gloria Bautista, jefe de enfermería y docente e investigadora de la Universidad Francisco de Paula Santander ha investigado sobre procesos de percepción de los migrantes venezolanos frente a los servicios de salud.

Para ello, analizaron, con aproximadamente unos 270 médicos y personal de salud en general en los departamentos colombianos de Norte de Santander y Nariño, una categoría denominada “competencia cultural”, la cual encontraron que “es muy baja, es decir, hay una dificultad para entender el tema de la aproximación a la salud en los territorios estudiados”. Esto significa que quienes atienden a los migrantes, no siempre están familiarizados ni comprenden plenamente las condiciones de sus procesos de movilidad.    

Los desafíos no cesan

Para el proceso del Estatuto de Protección Temporal para Migrantes venezolanos, *Ángela ya culminó el registro (RUMV), pero está en espera de la asignación de cita para el proceso biométrico, las veces que lo ha intentando no hay disponibles.

Frente a la incontinencia urinaria que padece, no tiene posibilidad de usar pañales. “No, yo no uso nada, cambiarme cuando me orino y más nada”. Además, sus hijas tienen dificultades para continuar el tratamiento: “La verdad es que no llego. Si compro los medicamentos, pues, no comemos y, si no comemos, ¿entonces?”, se pregunta *Melisa.

Los datos y opiniones contemplados en este reporte fueron recabados por investigadores de Proiuris de manera directa en diversas entrevistas con las fuentes mencionadas. Se reserva el derecho al anonimato para resguardar la identidad de las fuentes.

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