Colombia

De Cúcuta a Pamplona: la marcha forzada de las y los caminantes de Venezuela

Once mujeres han reportado intento de abuso sexual en la ruta de Cúcuta a Pamplona que recorren los y las caminantes de Venezuela . Niños y niñas se agotan en el paso por la agreste cordillera oriental colombiana. Las organizaciones humanitarias que trabajan en la zona piden mayor respaldo de las autoridades locales para brindar la asistencia que requieren las personas que huyen a pie

Reporte Especial Proiuris

Setenta y cinco kilómetros separan a Cúcuta de Pamplona, el primer trecho que caminan a diario cientos de personas refugiadas y migrantes que escapan del hambre, del desempleo, de la hiperinflación y de la inseguridad en Venezuela.

Google calcula que son 17 horas de marcha a pie. Para las 84 personas que contabilizó Proiuris en la ruta -los primeros días de diciembre-, el trayecto demora más de dos días si hay buen clima. 

La caminata es agotadora. Por las condiciones de esta cordillera, las personas deben ir subiendo en zigzag. Deben tener mucho cuidado de no salirse de la línea blanca que separa los canales de la vía vehicular y que no fue construida para el paso peatonal. 

Niños, niñas, adolescentes y mujeres embarazadas son los que más resaltan entre los que se movilizan por las carreteras colombianas. “Los más vulnerables”, para los líderes de organizaciones que hacen parte de la Red Humanitaria que los auxilia.

Los bebés duermen en los brazos de sus madres. Los niños y las niñas corren sujetados por los adultos e intentan seguirles el paso. Algunos van llorando, otros mirando a un horizonte incierto sin tener claridad de lo que pasa o de por qué dejan atrás a su país.

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Las escenas de los y las caminantes venezolanos por la vía entre Cúcuta y Pamplona son dolorosas y comparables con las de las personas de Etiopía que huyen a pie a Sudán o de miles de familias sirias desplazadas que se internan en el desierto en busca de un campo de refugiados. 

Sin ningún tipo de protección para el frío, con sacos de nylon a cuestas -que hacen las veces de maletas- y desprovistas de calzado de goma que ayude a amortiguar el recorrido, van caminando en grupos de 5, 8 o 10 personas.

Los cinco puntos de hidratación, alimentación y de orientación destinados por diferentes organizaciones humanitarias en la ruta hacia Pamplona, constituyen un pequeño aliciente en este complejo panorama. Sin embargo, se requieren muchos más recursos materiales y humanos para asistir a tanta gente que hace esta travesía en condiciones de desnutrición, deshidratación y mucho agotamiento físico y mental. 

Atención humanitaria reducida a la mitad

Antes del inicio de la pandemia, en marzo pasado, la Red Humanitaria para caminantes y retornados que trabaja entre Cúcuta y Pamplona ofrecía 15 puntos de atención. 

Con la declaración de la emergencia sanitaria, todos los albergues fueron clausurados y las personas refugiadas y migrantes ya no disponían de un lugar para pasar descansar o pasar la noche. 

En el municipio Los Patios, donde inicia la ruta, la fundación Nueva Ilusión provee de algunos alimentos calientes. Más adelante encuentran la carpa Esperanza, en la cual pueden recobrar fuerzas y se les provee de hidratación, merienda. En ambos lugares también se les brinda un bien muy valioso: orientación para realizar el viaje con la mayor seguridad posible.

Punto de desinfección en el albergue de Martha Duque /Foto: Proiuris.

Unos 3,5 kilómetros más adelante (unas 2 horas apie) los caminantes encuentran la “Y”, que es la entrada del municipio turístico de Chinácota, conocida como La Don Juana, en donde hace presencia Samaritan’s Purse. Kits de alimentos, de aseo personal y la oportunidad de reestablecer sus contactos familiares a través de llamadas telefónicas a Venezuela es parte de la oferta de esta ONG. Caminando un par de horas más, “Fundar” y “Hermanos Caminantes” hacen lo propio por los caminantes.

Estas organizaciones son un pequeño aliciente en este complejo panorama, pero insuficientes para tanta demanda de seres humanos que llegan con padecimientos como desnutrición, deshidratación y mucho agotamiento. 

Estafas, abusos sexuales y desapariciones

Por la vía asfaltada y curvilínea, los venezolanos y venezolanas van con la esperanza de un nuevo comienzo en tierras que le son completamente ajenas. Entre otros obstáculos, tienen que afrontar la indolencia de algunas autoridades migratorias que intentan devolverlos a la frontera y de múltiples riesgos, como extorsiones, abuso sexual y hasta la muerte.

Los voluntarios de la Red Humanitaria se han convertido en receptores de denuncias. En noviembre de 2020, 11 mujeres han denunciado que un hombre en moto les ofrece un aventón hasta Pamplona y que en la ruta, ha intentado abusar de ellas sexualmente.

También se han presentado situaciones de estafa con las llamadas tractomulas (gandolas), que por 15 mil pesos (unos 5 dólares), prometen trasladar a los que huyen de Venezuela desde Pamplona a Bucaramanga. “Los abandonan en Berlín, el punto más frío de la ruta y donde no hay asistencia. Es casi que exponerlos a la hipotermia, a la muerte”, puntualiza un voluntario.

Desapariciones de adolescentes -ligadas con el reclutamiento forzado de grupos armados que operan en esta región o redes de trata de personas-, muertes por arrollamiento y complicaciones de salud (abortos espontáneos, pulmonías y lesiones en las articulaciones por las agotadoras caminatas) son otras situaciones que han sido registradas por la red de atención.

Hay relatos sobre células delincuenciales que roban lo poco que llevan los caminantes en la ruta o los kits de alimentos que reciben en los puntos de atención. “Son incontables las situaciones de peligro que están enfrentando y para las cuales ninguno de ellos está preparado”, advierte otra voluntaria.

En la entrada de Pamplona pintan un mural para reivindicar el derecho a migrar / Foto: Proiuris.

Una curiosa situación inquieta a  esta red de asistencia humanitaria: han encontrado muchos documentos de identidad de caminantes, aparentemente extraviados en el camino, sobre todo cédulas venezolanas laminadas y en copia. También copias de partidas de nacimientos. No las tienen contabilizadas, porque llegan a las organizaciones de muchas maneras: “Las traen los propios caminantes que se las cruzaron en la ruta o nosotros mismos, cuando recorremos la ruta en moto para ver cómo está el flujo de personas”, indicó una voluntaria. 

La misma red intentará crear un banco de documentos para que en algún momento puedan regresar a sus dueños.   

Y, finalmente, la xenofobia

Lo que encuentran los caminantes en el municipio de Pamplona es xenofobia y estigmatización por parte de las autoridades municipales y la propia población. Con el Albergue Douglas y los dos hogares de paso “Marta Duque” y “Vanessa” cerrados para evitar la propagación del nuevo coronavirus, las personas refugiadas y migrantes se ven obligadas a dormir en las calles, cerca de los caños, a la intemperie.

En estos momentos no hay un punto oficial de ninguna organización internacional, solo algunas intervenciones como entrega de kits de protección, de higiene y de alimentación. Aunque se ha intentado avanzar en la implementación de estrategias de atención, la municipalidad no lo ha permitido. 

“Cada vez que se trata de ejecutar alguna reunión para abordar la situación con las entidades de cooperación, llegan funcionarios de la Alcaldía de Pamplona con la Policía a suspender estos encuentros”, alertó una voluntaria que prefirió mantener su nombre en el anonimato. 

La actitud de algunos pobladores dista mucho de la solidaridad y la empatía. Se han hecho denuncias en redes sociales de personas que lanzan insultos, orines y agua fría a aquellos que intentan pernoctar en los frentes techados de algunas casas para protegerse de las lluvias nocturnas.

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“¿Dónde están los acuerdos de protección internacional que amparan a las personas en condición de movilidad humana? ¿Quién está velando por sus derechos?”, se pregunta Eilyn Duque, abogada y voluntaria del refugio que su mamá, Martha Duque, abrió hace un par de años para asistir a los caminantes. 

El galpón que tiene al lado de su casa, en la entrada principal de Pamplona y que acondicionó para los huéspedes temporales provenientes de Venezuela, permanece cerrado. Sabe que si lo abre, la multarían. 

A su juicio, los caminantes requieren atención médica, alimentos calientes -para hacerle frente al frío de hasta 10 grados que los recibe en Pamplona y que puede bajar a 2 por las noches-, la activación de una ruta de transporte humanitaria y apoyo psicológico.

Actualmente, con escasos recursos, este lugar de paso trata de brindar alimentación, orientación y algunos implementos de aseo a los 200 caminantes, que en promedio, llegan a diario.

Ella misma testifica lo que Proiuris ha visto en la ruta: “Los migrantes llegan con los zapatos y pies destrozados, sin ropa para el frío, agotados, con hambre. Los bebés apenas con un pañal y una franelita. Es muy doloroso lo que se está viviendo”. 

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Sin un alojamiento temporal autorizado, lo que le queda a los recién llegados es dormir en algunos espacios públicos; pero la Alcaldía ha instalado vallas en el puente Chíchira (al frente de la casa de paso Martha) y en la Plazuela Bolívar. 

Dormir en cartones, con frío y lluvia es la única opción de las personas refugiadas y migrantes provenientes de Venezuela antes de continuar con su forzado andar por la cordillera oriental colombiana. “Si la gente entendiera los motivos por los cuales tienen que huir y que ninguno se va a quedar en Pamplona, que solo están de tránsito, quizá fuera diferente”, complementa Martha Duque, conocida como la “madre de los caminantes”.

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