Colombia

Violencia contra la mujer, otro motivo para huir de Venezuela

Salió de Carabobo, en Venezuela, y se dirige a Barrancabermeja, en Colombia. Esta madre venezolana, víctima de violencia contra la mujer, todavía tiene moretones por los golpes que le causó su pareja

Reporte Especial Proiuris

Alicia Pepe

“Prefiero caminar hasta quedarme sin pies que regresar al infierno que vivía en Venezuela”, sentencia Yusme, una carabobeña de 23 años de edad, voz aguda y verbo directo. Está sentada a un costado de la carretera entre Cúcuta y Pamplona, la ruta por la que caminan unas 700 personas refugiadas y migrantes a diario, que escapan de la emergencia humanitaria compleja en Venezuela.

Teme dar su nombre completo y mucho menos que se registre fotográficamente la escena: le está dando una compota a su hijo de 8 meses. Del otro lado, su otra hija, de tres años de edad, come un pan con un jugo artificial de pera.

Son casi las 9:00 am del martes 17 de noviembre y Yusme ya lleva más de 4 horas caminando con otras 20 personas venezolanas desde Cúcuta. Se empezaron a juntar el día anterior en unas de las trochas que rodean el puente Simón Bolívar, el cual permanece cerrado desde marzo pasado.

Pasaron la noche bajo el techo de unos locales comerciales en el municipio Los Patios. Los prolongados aguaceros nocturnos que caen en esta región mantienen en alerta al grupo. Evitar mojarse y resfriarse, así como resguardar lo poco que llevan encima es importante para ellos y ellas.

Hay muchos adolescentes sin compañía de adultos. También dos parejas que no superan los 25 años de edad. Vienen de todas partes. La inseguridad, el hambre y la falta de oportunidades los expulsó de Caracas, Barinas, Táchira, Lara…

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Aún sentada, Yusme se quita las imitaciones rosadas de Crocs que ya empezaron a dar señales de desgaste. En sus pies hay ampollas, callos, inflamación. Hay dolor.

Se atreve a contar más…Ya no aguantaba un golpe más del padre de sus hijos. En su brazo izquierdo, rojo por el sol, se ven unos moretones. “Fueron los últimos. Preferí escaparme antes de que nos matara”. Contiene las lágrimas. Caminar con sus hijos hacia otro país era la única salida de Yusme, la única escapatoria.

La violencia contra la mujer en Venezuela tiene ribetes de problema de salud pública. De hecho, en el país se han registrado 217 feminicidios durante el 2020, como lo reporta la organización Utopix.

El viaje de lo incierto

En el punto de atención de Samaritan’s Purse, que forma parte de la red humanitaria establecida entre Cúcuta y Pamplona, -un grupo de organizaciones humanitarias y de la sociedad civil que atienden a caminantes-, esta madre venezolana hizo una pausa de 20 minutos para continuar caminando hacia Barrancabermeja, en el departamento de Santander, donde una amiga de la infancia la espera.

Por la urgencia de escapar del hombre que los maltrataba, en medio de la desesperación que causa la violencia contra la mujer, Yusme desconocía los peligros que debía enfrentar en las carreteras de Venezuela y Colombia.

Yusme contó su historia a Proiuris una semana antes del Día Internacionalde la Eliminación de la Violencia contra la Mujer.

De Valencia a San Cristóbal se movilizó pidiendo colas de las pocas gandolas que transitaban por la carretera. En otros tramos se vio obligada a caminar con sus hijos, con el temor de que les sucediera algo. En los camiones se mantenía en alerta, temerosa de que los conductores le hicieran algo a ella o a sus niños.

“Ya en San Cristóbal me encontré con muchas personas que estaban caminando hacia Cúcuta. Algunos hombres me ayudaron a cargar a mi niña, porque lloraba mucho, porque le dolían los pies. Había una familia que nos brindó la comida para el camino. Es duro no tener darle que comer a los niños”, expresa la mujer.

En el camino se encontraron tropiezos. Bandas que dicen pertenecer a colectivos oficialistas intentaron cobrarles vacuna. “Yo no entregué nada, porque solo llevo dos morrales con ropa vieja, pero a una familia le quitaron 30 dólares. Eso da rabia chama, que te roben de frente y se te rían en la cara llamándote escuálidos”.

En estos cinco días de viaje, Yusme solo le ha podido dar agua y avena envasada a su bebé de meses. Lo amamanta, pero es poca la leche que produce. “Cuando me mareo, chupo un poquito de azúcar o de panela que me dan los compañeros”. Ella ha comido gracias a la solidaridad de sus compañeros de viaje.

Ella y sus dos hijos están bajos de peso, débiles. En una de las trochas, Yusme tuvo que entregar el modesto celular que tenía para los que allí hacen negocios los ayudaran a cruzar, ya que las lluvias han aumentado el cauce del río Táchira, que divide a San Antonio (Táchira) con Villa del Rosario (Norte de Santander).    

En Cúcuta ya no volvió a ver a esos paisanos que encontró en San Cristóbal. En cambio, consiguió a un grupo de jóvenes planeando el tránsito hacia Bucaramanga. Les suplicó unirse a ellos. En un acto de hermandad, la acobijaron. El plan de caminar con sus hijos para escapar de la violencia familiar seguía su curso.

Atención humanitaria en la ruta

Ninguna de las personas caminantes que viajan con Yusme está preparada para afrontar el clima frío que se les avecina. En varios puntos de la ruta, voluntarios de las organizaciones humanitarias les ofrecen charlas rápidas de lo que encontrarán en la vía. Son unos 700 los que transitan por esa vía cada día, según la plataforma R4V, que coordina el Alto Comisionado para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).

Les hablan de los riesgos, de las distancias, de los tipos de climas y de las horas que deben andar para llegar a otro punto de atención. Yusme, por ejemplo, debe caminar otros dos días para llegar a Pamplona. También de la necesidad de que pidan colas o si tienen recursos, pasan el páramo en vehículo y no a pie.

En esta asistencia también se les brinda implementos de aseo, agua, medicinas básicas, comida no perecedera y un kit de protección para los niños. Algunos voluntarios les consiguen cobijas y sacos, pero ni Yusme ni sus hijos han contado con la suerte de llevar abrigos. Apenas dos bolsas plásticas y unos cartones es lo que usan para dormir al borde de la carretera.

Antes de que la pandemia por el coronavirus iniciara, había unos 17 puntos que brindaban asistencia y refugio a los y las caminantes. Ahora, con las medidas de distanciamiento y los brotes de xenofobia en los pueblos de tránsito, estos puntos se han reducido a la mitad.

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A José Luis Muñoz, directivo de la red humanitaria, le preocupa la discriminación que sufren las personas que huyen de Venezuela en regiones de Colombia  como Pamplona, la segunda ciudad -después de Cúcuta- a la que llegan los caminantes, antes de continuar por el páramo nororiental colombiano.

El discurso institucional ha impulsado la aporofobia y xenofobia en contra de estas personas que llegan con altos niveles de vulnerabilidad. Duermen a un costado de los caños, porque los vecinos no los dejan acercarse a sus casas”,

Una campaña sobre valores, donde se  instruya a los habitantes sobre derechos humanos y empatía, propone Muñoz para contrarrestar la estigmatización y el rechazo hacia las personas provenientes de Venezuela.

Yusme apenas ha caminado 40 kilómetros con sus hijos para escapar de la violencia contra la mujer, Le faltan 265 kilómetros para llegar a Barrancabermeja.  

Ha escuchado que el páramo de Berlín es muy rudo  y que allí han muerto muchos niños por el frío. “Yo he puesto todo en manos de Dios. Con él llegaremos sanos a Barrancabermeja”, finaliza Yusme, antes de colgarse el morral y seguir caminando con sus hijos.

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