Colombia

Los desafíos de las migrantes de la tercera edad en Colombia

Ser migrante de la tercera edad en Colombia implica desafíos adicionales. Oditza, Edga y Milagros nunca imaginaron huir de Venezuela para comenzar de nuevo en otro país. Las tres compartieron con Proiuris las dificultades  que han debido afrontar, pero también las oportunidades que han aprovechado

Reporte Especial Proiuris

Alicia Pepe

Oditza Boscán, de 60 años de edad, huyó de Maracaibo con su hija menor, su esposo y su nieta, a mediados del 2019, para reencontrarse con su hija mayor y otra nieta que ya residían en Cúcuta. 

En la capital zuliana Oditza trabajaba en un emprendimiento familiar de comida mexicana a domicilio, pero la dificultad de conseguir insumos y entregar pedidos produjo el quiebre del ingreso familiar

A su esposo, sobreviviente de cáncer, le amputaron la pierna izquierda en Venezuela para evitar que el tumor maligno de su rodilla se extendiera por el resto de su cuerpo. Su hija menor también había sido operada por un tumor benigno en su mano derecha. Ambos se devolvieron a Maracaibo en enero del 2020 para el seguimiento de sus tratamientos postoperatorios. 

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Como migrante de la tercera edad en Colombia, Oditza se quedó en Cúcuta para cuidar a tiempo completo a sus dos nietas, Valentina y Camila, de 10 y 7 años, respectivamente; mientras que su hija mayor, periodista de un medio impreso en Cúcuta, trabaja jornada completa, incluso los fines de semana.

“Mi vida dio un giro rotundo, porque nunca antes me había dedicado por completo a cuidarlas; pero es lo mínimo que puedo hacer por mis hijas: una trabajando para sacar a la familia a adelante y la otra atrapada en Maracaibo debido a la cuarentena por el coronavirus”, admite con compromiso.

Antes de la declaración de emergencia nacional por la COVID-19 en Colombia, Oditza se levantaba a las 5:00 a.m. para preparar el desayuno, alistar a las niñas y llevarlas al colegio. Luego regresaba para limpiar la casa, ir al mercado y hacer el almuerzo. Por la tarde, ayudaba a las niñas con las tareas, paseaba a la mascota y preparaba la cena.

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Pero con el confinamiento, desde marzo ya no sale de su casa. “Mi hija me lo prohibió porque soy una persona mayor con obesidad e hipertensión. Así que ahora es ella la que se encarga de hacer el mercado y cualquier otra diligencia en la calle”, comenta Oditza.

Ahora, la vida de esta migrante de la tercera edad en Colombia transcurre en aprender sobre tecnología, matemáticas y arte. Añade: “Debo atender los chats de padres de la escuela de Camila y Valentina, ayudarles a grabar videos para sus clases, navegar por internet y hasta aprender a hacer manualidades con ellas”.

Estudios médicos revelan que el contacto emocional entre abuelos y nietos no es malo, pero sí puede serlo sí hay un exceso de responsabilidad. Puede aparecer sobrecarga, estrés y ansiedad. Se le conoce como síndrome del abuelo esclavo.

Cuando habla de su hija y esposo que quedaron en Venezuela, rompe a llorar. Los extraña y no ve la hora de un reencuentro.

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“Sé que es difícil porque él está en silla de ruedas y ella todavía espera por otra cirugía para recobrar la movilidad de su mano”, dice sobre sus dos familiares.

La tristeza la embarga cuando Camila, su nieta menor, la abraza llorando, preguntándole por qué su mamá no ha vuelto de Venezuela. “Por las noches lloro a escondidas para que mi hija mayor no se dé cuenta”, admite

Pero la esperanza de que abran las fronteras y vuelvan a reunirse la ponen de pie cada mañana; sobre todo en estos momentos que el núcleo familiar pudo acceder a un programa de emprendimiento para migrantes con la corporación Corprodinco. 

“Nos están apoyando para poder reactivar nuestro negocio de comidas mexicanas a domicilio. Si lo logramos, significaría volver a generar ingresos, estabilizarnos aquí en Colombia y lograr que todos ingresemos al sistema de salud”.

Automedicación, la única opción

El viernes 2 de octubre, Edga llamó por WhatsApp a su mamá en Maracaibo para preguntarle por el nombre de un medicamento que se ha usado en la familia para combatir el dolor de vejiga. El componente activo se llama imipramina y una tableta de una marca reconocida en una farmacia de Floridablanca cuesta 70 mil pesos.

Por el inaccesible precio del medicamento, esta migrante de la tercera edad en Colombia opta por preparar un té de linaza para desinflamar y, con suerte, aliviar el dolor que siente en su vientre. 

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Egda Cepeda y su esposo, de nacionalidad colombiana, abandonaron Maracaibo en octubre del 2018,. Ahora viven  con sus cuatro hijos en Bucaramanga. Pero, a diferencia de sus parientes, ella es la única que está en condición migratoria irregular en Colombia y sin afiliación al sistema de salud.

“Mi esposo está afiliado gracias a que una de nuestras hijas lo ingresó a su EPS, pero por mi situación migratoria, no me aceptan en el sistema”, cuenta Cepeda, sobre su nueva vida como migrante de la tercera edad en Colombia,en medio de dolores recurrentes de vejiga, colon y migrañas nocturnas.

Como los hijos de Edga son nacionalizados como colombianos, ella podría tramitar una visa de residente en Colombia. Pero su pasaporte está vencido y el procedimiento cuesta más de 2 millones de pesos, un precio que la familia no tiene la posibilidad de pagar.

El año pasado, la migrante presentó una dolencia dental y una de sus hijas le informó que los estudiantes de odontología de una reconocida universidad bumanguesa brindaban consultas gratuitas.

migrantes de la tercera edad en Colombia

Asistió a la revisión y la sometieron a un tratamiento de endodoncia en varias muelas. Sin embargo, con el pasar de los meses comenzó a sentir nuevos dolores. “Tengo algunas zonas inflamadas y mis hijos dicen que me dañaron la boca. Entre todos están reuniendo para pagarme una consulta privada con un odontólogo”, precisa. 

La organización HelAge International reveló en un estudio que 38.400 personas refugiadas y migrantes provenientes de Venezuela, con edades iguales o superiores a los 60 años, deben hacer mayores esfuerzos superiores para cubrir sus necesidades básicas. Una de las propuestas de esta institución es que puedan unirse a un plan de seguro médico del gobierno, que todavía no existe en Colombia.

A diferencia de otras regiones como Bogotá, Medellín, Cúcuta y Riohacha, en Bucaramanga no hay programas de atención médica primaria para migrantes presididos por la cooperación internacional. Solo atención médica de urgencias en los hospitales públicos. 

Edga toma ibuprofeno o paracetamol para sus dolores de cabeza. Otras veces se encierra en su habitación. “Apago todo y me tapo la cara con un paño. Trato de despejar la mente o tomar algún té de hierbas. A veces funciona, a veces no”, reconoce.

Su salud mental también está afectada por no poder regresar a Venezuela para buscar a sus dos perritos ni tampoco visitar a su madre, que en unas semanas cumplirá 80 años. 

“Tengo cambios bruscos de ánimo y también lloro mucho. Me pregunto si esto es normal, pero no encuentro respuestas. A veces es mejor vivir un día a la vez para no caer en depresión”, finaliza.   

Emprender de nuevo

La idea de negocios de postres de Bersairis Chourio fue seleccionado por el programa de Cúcuta Incluyente, Emprendedora y Solidaria (CIES), de la Cámara de Comercio, con el apoyo de USAID y Acdi/Voca, que apoya a emprendedores migrantes, retornados y cucuteños. 

Sin embargo, Bersairis consiguió un empleo justo antes de iniciar las capacitaciones, por lo que luego de la aprobación de los organizadores, le cedió su lugar a su mamá, Milagros Sánchez.

Con 59 años, Milagros ya había trabajado como cocinera y administradora de varios restaurantes en la parroquia Nueva Bolivia, en Mérida. Lo de la cocina, asegura, se le da desde niña: “Viene de familia”.

En el programa de emprendimiento, Milagros se sentía como en la escuela. Aprendió sobre técnicas de liderazgo, costos, inventarios y muchas otras habilidades que desconocía y que nunca imaginó aprender en la tercera edad.  “Estoy agradecida con todo los que nos enseñaron para que tomemos el mando de nuestras empresas, como el manejo de precios, cantidades, ganancias, atención al público y otras cosas”, comenta Sánchez. 

Mientras asistía a clases, -que incluyó asistencia psicosocial para facilitar su integración en Cúcuta y superar el duelo por dejar su país-, Milagros se dedicaba a preparar comidas por encargos y los fines de semana, a levantar un puesto de empanadas. 

“Aprendí a preparar guisos que gustan en Cúcuta, como arroz con carne, arroz con pollo, además de nuestro típico pabellón y papa con queso”, cuenta con entusiasmo

El programa se detuvo cuando inició la pandemia por la COVID-19 y Milagros espera su reactivación para el suministro de los equipos de cocina que necesita para abrir su restaurante en La Libertad. Su establecimiento tiene el mismo nombre del barrio al que llegó a vivir definitivamente en marzo del 2019, luego de estar por un año en modo pendular entre Colombia y Venezuela.

Dice que nunca pensó salir de Venezuela, pero la vida le ha abierto las puertas: “Llegué a Colombia sin nada, solo con ganas de volver a empezar, y lo de la Cámara de Comercio ha sido una oportunidad para seguir luchando”.   

Después que tenga los equipos que necesita, Milagros pondrá en práctica un plan como migrante de la tercera edad en Colombia: registrar su empresa en la Cámara de Comercio, alquilar un local en el barrio, llamar a su restaurante ‘Dulce y Salado’ y ofrecer un menú con dulces típicos (quesillo, dulce de lechosa, besitos de coco, dulce de limonsón, etc), ensalada de gallina, cachapas y chicharrón de pescado -su especialidad- y otras delicias venezolanas.

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