Colombia

Huyeron de Venezuela con la enfermedad a cuestas

Yibrim Mora y sus seis hijos huyeron de Venezuela en busca de salud. Uno de sus hijos tiene autismo y otro Síndrome de Tourette. Ella sufre de fibromialgia. La mujer de 44 años de edad dice que no llora, porque tiene que ser fuerte

Reporte Especial Proiuris

Jackelin Díaz

Un día su madre fue al baño y notó que una hilera de hormigas recorría el borde de la poceta. En ese momento sospechó que su hijo de 11 años de edad podría ser diabético. Al día siguiente, el niño se descompensó y tuvo que ser trasladado de emergencia a un hospital.

Yibrim Mora recuerda que ese día no había transporte público en Acarigua, estado Portuguesa, y tuvo que caminar al menos 50 cuadras para llegar a un hospital: “Caminé dos horas y media sin parar. Mi hijo me decía que estaba agotado”.

La sospecha de esta mujer de 44 años de edad fue confirmada por los médicos: el niño tenía diabetes.

“Los exámenes revelaron que mi niño tenía glucosa hasta en la orina. Tenía la glicemia en 700. Me quedé perpleja. Querían que fuera a una clínica, pero yo no tenía dinero. Decidí hablar con un doctor, le mostré los exámenes y me dijo que mi hijo debía estar en terapia intensiva, y que no entendía cómo podía estar parado en la sala de espera. Se veía bien, pero por dentro se estaba muriendo”, rememora Yibrim.

En el transcurso del mes siguiente el niño perdió 10 kilos de peso… Pero un año antes, a Víctor Manuel también le habían diagnosticado autismo.

Lo rechazaron en la escuela, dice Yibrim: “Me dijeron que no lo volviera a llevar porque él no servía para estudiar”. 

Aunque eventualmente contaba con el apoyo económico de sus hermanos, esta madre dejaba de comer para que Víctor Manuel comiera seis veces al día. En septiembre de 2019, Yibrim y sus seis hijos huyeron de Venezuela en procura de lo más elemental: comida y salud.

Yibrim decidió huir del país tuvieron cuando a su hijo menor, Víctor, le diagnosticaron diabetes. En el momento que emigraron solo podían consumir agua con arepa / Ilustración: Jesús Diez

Además de Víctor Manuel, otro de los hijos de Yibrim, Carlos, de 15 años de edad, necesita atención especial. Cuando tenía siete años le diagnosticaron Síndrome de Tourette, ese trastorno del sistema nervioso que causa movimientos o sonidos involuntarios, como parpadeo constante, encogimiento de hombros o uso intempestivo de palabras ofensivas. Con el abrupto cambio de residencia, Carlos comenzó a sufrir de depresión.

La mujer se instaló en Cúcuta, en la casa de un familiar. Ella y sus seis hijos tenían que dormir en una misma habitación. Recuerda que en dos oportunidades tuvo que salir de emergencia a algún centro hospitalario de Cúcuta por complicaciones de la salud de Víctor Manuel. Lo hacían caminando y en la madrugada.

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Durante los primeros, Yibrim dependía exclusivamente de lo que percibía con la venta de empanadas. Se levantaba a primera hora de la madrugada y a las 4:00 am ya estaba en la Plaza de La Bandera, en Cúcuta. 

Ella dice que ha recibido mucha ayuda, sobre todo para alimentar a su familia, y la agradece. Sin embargo, explica que los programas de atención a las personas refugiadas y migrantes venezolanas brindan alimentos no aptos para una persona con diabetes.

Y para colmo, la pandemia

“Cuando comenzó la cuarentena teníamos que pensar todos los días qué íbamos a comer”, comentó Mora.

Yibrim y sus seis hijos vivían en una residencia donde estaban alojados muchos venezolanos y, entre todos, se ayudaban y compartían la comida. Inicialmente, la arrendadora fue comprensiva y no los echó a la calle a pesar de que ya no tenían dinero para pagar la cuota mensual por el alquiler.

Sin embargo, los primeros días de junio, ya no tuvieron energía eléctrica. No tenían un ventilador para sofocar el calor en las noches y Yibrim se quedaba en vela para que Víctor Manuel no se descompensa.

 “Lo más difícil de ser una mamá migrante con mis dos hijos es tener que explicar absolutamente todo. Tengo que explicar por qué uno de mis hijos grita de golpe o por qué llora de repente y por qué el otro se irrita de un minuto a otro. Me ha tocado soportar comentarios como: ‘fuera mi hijo y lo agarraría a golpes, o le reventara la boca por gritar’. Es muy difícil tener que lidiar con esto”, indicó.  

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El 4 de agosto Yibrim y sus hijos quedaron en la calle. La familia tuvo que ir a un albergue en el centro de Cúcuta, porque era imposible conseguir el dinero necesario para poder pagar el alquiler de la residencia. Aclara que no fueron desalojados, sino que decidieron irse del apartamento para no dañar la buena amistad que había hecho con la dueña del inmueble.

Yibrim se dedica a la venta de naranjas en Cúcuta, Colombia. Lo que gana lo utiliza para comprar diariamente algunos granos o la cena del hogar / Ilistración Jesús Diez

En el albergue permanecieron diez días. Durmieron en colchonetas, pero recibieron ayuda de parte del Estado colombiano. En ese lugar conoció a una trabajadora social que la ayudó con el arriendo una habitación. “Salimos con la frente en alto”, dice.

Actualmente Yibrim trabaja como vendedora ambulante de naranjas. A diario gasta alrededor de 15.000 pesos que invierte íntegramente en comida y vivienda. La posibilidad de que sus hijos requieran medicinas o atención médica de emergencia la perturba.

Lo último que Yibrim mencionó en el relato que compartió con Proiuris es que sufre de fibromialgia, una condición que la dejó postrada durante unos meses, pero que afortunadamente superó. Dice que nunca llora y que tiene que ser fuerte por y para sus hijos.

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