Colombia

Madre e hijas migrantes al borde de una red de trata

Madre e hijas migrantes

Este 30 de julio se conmemora el Día Mundial Contra la Trata de Personas. Proiruis comparte la historia de madre e hijas migrantes que estuvieron a punto de caer en una red de trata. Una historia que cae en el subregistro de casos que impiden la prevención, investigación y sanción de este tipo de delitos

Reporte Especial Proiuris

Alicia Pepe

El martes 17 de septiembre del 2019, Karina (*) y sus dos hijas de 18 y 15 años de edad salieron de Potrerito, en el estado Aragua, rumbo a Colombia, dejando atrás varios meses de malnutrición a causa de la emergencia humanitaria compleja y la destrucción de sus fuentes de ingresos económicos.

En Medellín, a la madre e hijas migrantes las esperaba un empleo como ayudantes de cocina en un restaurante. O eso es lo que a ellas les hicieron creer.

Una vieja amiga y comadre del barrio, llamada Natalia, que ya había migrado a Colombia, mantenía contacto permanente con ellas. “En agosto nos dijo que nos viniéramos a Colombia, ya que su jefe pagaría nuestros pasajes desde Cúcuta a Medellín y que con nuestro trabajo luego le pagaríamos. Nunca dudé de su palabra”, recordó la migrante aragüeña, de 38 años.

El viaje por carretera hasta la frontera les demoró 15 horas. Al cruzar el Puente Internacional Simón Bolívar lo primero que hicieron fue llamar a Natalia. Luego de cinco intentos fallidos, decidieron marcar al número del que sería su jefe. Contestó un hombre que, según Karina, tenía acento colombiano.

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“Le avisé que ya estábamos en la frontera y que esperábamos el giro del dinero para comprar los boletos de bus. Nos exigió una foto de nuestras cédulas de identidad y una foto de las tres en el terminal de pasajeros, que debíamos enviarle por WhatsApp. Era muy grosero y ordinario».

Karina no respondió y colgó la llamada. Su instinto de madre la alertó y se comenzó a hacer preguntas: ¿Por qué nos pide una foto?; ¿Por qué quiere los datos de nuestros documentos?; ¿Por qué es tan grosero?  

Marcó nuevamente para negociar las bruscas peticiones del hombre. “No te voy a enviar la copia de nuestros documentos. Tienes que confiar en nosotras porque las tres vamos con la intención de trabajar en tu restaurante”, alcanzó a decirle Karina.

-¿Qué restaurante?

-El tuyo, en el que trabaja Natalia. Al que vamos a trabajar

-No veneca. Ustedes se vienen a trabajar en un bar-discoteca y acá se atiende a los hombres que llegan. Se tienen que sentar con ellos, beber trago con ellos y si quieren pasar el rato, complacerlos.

Karina cortó la llamada y se puso a llorar. Sin dinero para regresar a Venezuela, decidió con sus hijas caminar en la misma dirección en la que otro grupo de venezolanos con maletas y bolsos tricolor lo hacían.

Un delito «invisible» en la frontera

Las tres llegaron a las 11:00 de la mañana a la fundación Nueva Ilusión, en la avenida principal de Los Patios, municipio vecino de Cúcuta. La organización brinda comida y orientación a caminantes y población migrante con vocación de permanencia. La abogada Vanessa Apitz tomó el testimonio de la venezolana.

En ese momento, Karina no quiso denunciar formalmente ante la Secretaría de Equidad de Género ni ante Fiscalía General de la Nación, entidades habilitadas para atender casos de trata de personas en Cúcuta. El miedo y la confusión la invadieron.

«Yo confié plenamente en mi amiga y mire lo que pasó. Lo que le puedo decir a las madres es que asegúrense bien antes de viajar y siempre vengan respaldadas, para que no les pase como a nosotras”, recomendó la mujer.

No es la primera vez que Vanessa Apitz registra casos como el de esta madre e hijas migrantes. “Las mujeres migrantes caminantes que viajan solas con sus hijos suelen recibir ofertas parecidas, pero para laborar como domésticas o recolectoras de frutas en los municipios corredores de Norte de Santander. Nosotros siempre tratamos de guiarlos cuando emprenden el camino y le alertamos de estos peligros”, profundiza Apitz.

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De acuerdo con el artículo 188 del Código Penal colombiano, se entiende por trata de personas la captación, traslado, acogida o recibimiento de una persona, dentro del territorio nacional o hacia el exterior, con fines de explotación.

Sin embargo, en la mayoría de los casos, ni siquiera la propia víctima de trata se reconoce como tal. Las cifras lo demuestran, al menos en Norte de Santander.  Desde  2014 a 2019 la Fiscalía apenas ha recibido 22 denuncias de trata. Hay un evidente subregistro en las cifras oficiales y esto impide tener certezas sobre la magnitud del problema.

En el documento “Trata y tráfico ilícito de refugiados y migrantes”, de la plataforma R4V, que articula Acnur y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), correspondiente a marzo de 2020, se indica que los factores de riesgo asociados a este delito son, “la situación de vulnerabilidad socioeconómica que lleve aceptar ofertas laborales o de estudio en donde se desconoce lugar de destino y/o personas que hacen la oferta”. Precisamente, la situación de Karina y sus hijas.

R4V también alerta sobre la desinformación en torno al delito y la situación de niños, niñas y adolescentes migrantes no acompañados, que pudieran ser captados para fines de explotación sexual, reclutamiento en grupos armados, mendicidad o trabajo servil.

Combate desde desde todos los frentes

Julia Silver es una de las profesionales que lidera la iniciativa “Cosas de Mujeres”. A través de este canal digital se brinda información y orientación sobre la ruta de atención a migrantes, refugiadas y retornadas que se encuentran en Cúcuta y que son o han sido víctimas de violencia basada en género (VBG).

Sobre la problemática de la trata en la región, opina que el hecho de que no existan datos cuantitativos es un hallazgo importantísimo “porque las víctimas tienen miedo de denunciar, ya sea porque están en condición migratoria irregular, porque recibieron amenazas o porque no confían en las autoridades”. 

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En el marco de la conmemoración del Día Mundial Contra la Trata de Personas, Migración Colombia, con el apoyo de la OIM y la Oficina de Población, Refugiados y Migración (PRM) del Departamento de Estado de los Estados Unidos, lanzó una aplicación para denunciar casos de trata de personas.

Se llama Libertapp y su descarga es gratuita. La herramienta cuenta con un botón del pánico que envía, de forma inmediata, los datos básicos de la persona al Centro Operativo Antitrata de Personas (Coat). De esta manera se facilita la acción de las autoridades.

Madre e hijas migrantes
La App está disponible en Google Play y se ha instalado más de 5.000 veces / Imagen: Google Play

No obstante, Silver teme que esta app no sea tan efectiva, pues para usarla se debe introducir nombre, teléfono, número de cédula y correo electrónico y, según su experiencia, cuando la gente está bajo amenaza, protege su identidad. “Es un poco complicado pensar que una víctima podría usar este tipo de aplicaciones”, advierte.

La trata amerita un abordaje más integral, considera la experta. Lo fundamental para Silver es la construcción de confianza con personas en situación de vulnerabilidad, así como evidenciar el problema y ofrecer recomendaciones inmediatas. 

Desde la plataforma R4V, se hace hincapié en la necesidad de construir y divulgar estrategias de prevención, sensibilización y capacitación para la identificación de escenarios de riesgo para la ocurrencia de los delitos de tráfico ilícito de migrantes y trata de personas. 

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Desde hace un año, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) lanzó en Colombia la campaña #TuVidaCambia, que a través de la gaita zuliana promueve mensajes para migrantes y refugiados provenientes de Venzuela, relacionados con la prevención contra la trata de personas, un delito que despoja a las víctimas de su autonomía, dignidad y libertad. 

Con la pandemia provocada por la COVID-19, la preocupación de Vanessa Apitz y Julia Silver es la misma: Los reclutadores aprovechan de que las mujeres migrantes y refugiadas permanecen invisibles por cuenta de esta emergencia sanitaria. 

En este contexto, no todas saldrían libradas como esta madre e hijas migrantes, quienes pese a la traumática experiencia, pudieron comenzar una nueva vida en Cúcuta.

(*) Karina es un nombre ficticio para proteger la integridad de la protagonista de esta historia y de sus dos hijas.

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