Colombia

Mujeres que atraviesan trochas en tiempos de pandemia

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A diario, centenares de venezolanas “cabezas de familia” arriesgan su salud y su vida. Van y vienen por los pasos ilegales para buscar en Colombia lo que no encuentran en su país: fuentes de empleo, alimentos y medicinas

Reporte Especial Proiuris

Anggy Polanco

Con el cierre oficial de la frontera colombo venezolana para evitar la propagación de la COVID-19, el paso por trochas es aun más riesgoso: “Al que agarran va preso. A uno le da miedo, porque hay policías y grupos irregulares. Uno necesita trabajar pero expone su vida al pasar por trochas” cuenta Cristina*.

Ella es una de las centenas de mujeres que viven en Venezuela pero trabajan en Colombia y arriesgan su salud y su vida a diario. Pareciera que la necesidad de obtener ingresos económicos para mantener a sus familias es, también, una cuestión de vida o muerte.

Sin embargo, podrían perder todo el dinero que ganan en jornadas laborales extenuantes, pues las autoridades de Colombia aplican multas de 936.320 pesos colombianos que pueden aumentar por la gravedad de la infracción a las reglas de distanciamiento físico y confinamiento que rigen desde el 14 de marzo de 2020.

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Cristina forma parte de la llamada migración pendular entre Venezuela y Colombia que suma un tráfico promedio diario de 50.000 personas. Es un modo de vida que para algunos y, sobre todo las mujeres que sostienen sus hogares, es difícil de cambiar tan repentinamente como sobrevino la pandemia.

Tiene 40 años de edad. Habitualmente cruzaba la frontera por el Puente Internacional Francisco de Paula Santander para llegar a su puesto de trabajo en una fábrica de pantalones en Cúcuta.

Con la emergencia por el coronavirus y el cierre fronterizo Cristina se quedó varios días en casa de una amiga en Cúcuta, con la incertidumbre de lo que pasaría en su trabajo. Para colmo, la fábrica donde trabajaba fue una de las que optó por reducir personal para afrontar los efectos económicos de la pandemia.

No podía permanecer indefinidamente en Cúcuta, pues en su casa en Ureña, estado Táchira, la esperaban sus hijos de 16, 14 y 12 años de edad. Por ellos regresó.

A pesar de que las autoridades del municipio Pedro María Ureña impusieron un toque de queda, su ir y venir por los pasos ilegales no se ha detenido, pues en Venezuela no tiene opciones de empleo ni de acceso a alimentos y medicinas.

Cristina cuenta que en las trochas se encuentran con guerrilleros y paramilitares que se disputan el control territorial en la frontera. Ha oído tiroteos y dice ser consciente de que en cualquier momento pueden ocurrir enfrentamientos entre grupos rivales y ella puede quedar en la línea de fuego.

“La gente pasa corriendo, uno ni conversa. La gente va afanada en llegar a sus trabajos y hacer su mercado. Por la trochas de La Mulata, uno se lleva un tiempo de 30 a 35 minutos a pie; se sale a Santa Cecilia, más abajo de la cárcel modelo de Cúcuta. Y por la de Tato, uno demora 15 minutos a pie y se sale cerca de El Escobal”, precisa la mujer. “Ruego a Dios que pase rápido esto para poder ir a trabajar”, exclama con desesperación.

Ella le tiene más miedo a las trochas que a la Covid-19. Si recupera su empleo en Cúcuta, irá a trabajar. Cree que es suficiente que en los puestos laborales de esa ciudad hagan pruebas para detectar el nuevocoronavirus.

“Me siento frustrada porque necesito buscar el sustento para mis hijos. Por el momento estoy vendiendo jugo de caña en los ratos que permiten salir, porque aquí solo se puede salir desde las 10:00 am hasta las 2:00 pm. A esa hora me guardo para evitar”, comenta. 

Según un informe de la Conferencia de Provinciales en América Latina y el Caribe (CPAL) publicado en 2018, la mayoría de los migrantes pendulares que cruzan la frontera hacia Colombia lo hacen para adquirir productos: 50% víveres, 37,5% medicinas y 12,5% en ropa y calzado.

De los migrantes pendulares en Colombia, 42,7% trabajan como vendedores, 22,8% son empleados en oficinas, 15,2% son profesores, 9,9% hacen parte de la industria de la construcción y la metalurgia y 6.2% son transportistas. Además, están los que trabajan en la agricultura, como la población de caficultores, que en tiempos de colecta migran a Colombia y luego regresan a su país.

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Laura quedó atrapada en Cúcuta en medio de la pandemia. En su preocupación por el abandono de su casa en Ureña cruzó la frontera / Ilustración: Jesús Diez

“Fue horrible, nunca había pasado. Me cobraron 10.000 pesos. Un amigo me ayudó a pasar con un grupo, pero yo no sabía ni cuánto había que caminar. Caminé una hora- Habían hombres extraños”, recuerda Laura*.

Tiene 38 años de edad y vende perro calientes en Cúcuta, pero su vivienda está ubicada en Ureña. Antes de la contingencia causada por la COVID-19, cruzaba el puente a diario para llegar a su lugar de trabajo y llevar a estudiar a sus hijos 16  y 6 años de edad.

Luego del cierre de los pasos legales, la venta de su negocio mermó al punto de que hay días que solo vende un perro caliente. Optó por quedarse del lado colombiano, pues en el plantel  donde estudian sus hijos tendrían la oportunidad de proseguir las clases a distancia.

Pero necesitaba “darle una vuelta” a su casa y decidió retornar por la trocha de Tato. La experiencia es uno de sus peores recuerdos.

Para Rosalba*, de 38 años de edad, el cierre de la frontera le impidió abastecerse en Colombia de comida y pañales para su bebé.

“Mi trabajo era ser manicurista, pero con la crisis esas cosas ya no son de primera necesidad. Entonces, decidí montar una bodega en mi casa para seguir sobreviviendo y tuve la necesidad de pasar a Colombia por las trochas para buscar mercancía. Es un río de gente pasando todos los días, con miedo a que se forme un inconveniente en esos pasos”, dice la mujer.

Estas historias se repiten en la población de Guasdualito, municipio Páez del estado Apure, próxima a Arauquita, en el departamento de Arauca de Colombia. Las mujeres también se ven obligadas a cruzar el río Arauca por la necesidad de mantener a sus familias.

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Daniela Rovina, miembro de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM), indicó que el COVID-19 representa una nueva amenaza para los migrantes y refugiados venezolanos, quienes ya se encontraban en una situación vulnerable. 

La compra y venta de productos colombianos es fuente de ingreso de muchos venezolanos en el vecino país en medio de la pandemia / Ilustración: Jesús Diez

La Organización Internacional para las Migraciones (OIM) alertó que el cierre de fronteras es otro factor de vulnerabilidad para los migrantes. Colombia, Ecuador, Perú y muchos países en Sudamérica y el Caribe cerraron fronteras como método para contener los contagios de coronavirus. Sin embargo, eso obliga a muchos migrantes a recurrir a pasos irregulares donde pueden encontrarse diferentes peligros.

La mayoría de los pobladores del lado venezolano de  la frontera se dedican a la reventa de productos colombianos para sobrevivir en medio de la pandemia.

“Pienso que debemos acostumbrarnos porque de algún modo ese virus nos va llegar, debemos tener prevenciones”, razona Rosalba.

Del lado venezolano no existe una data oficial sobre habitantes de los municipios fronterizos que laboran del lado colombiano. Sin embargo, San Antonio y Ureña, en el estado Táchira, se han convertido en pueblos dormitorios de miles que trabajan y estudian en el Departamento Norte de Santander, en Colombia.

Las fuentes de empleo que existían en estas poblaciones se vino a pique con el cierre del más del 90% de la actividad industrial y comercial, “y el decepcionante pago con una moneda de mentiras”, considera José Rozo, ex presidente de Fedecamaras-Táchira, quien califica la situación como un genocidio laboral.

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