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Brutalidad policial deja 9 niños, niñas y adolescentes huérfanos a la semana

Monitor de Víctimas precisó que 269 menores de edad quedaron sin padre o madre y, en la mayoría de los casos, sin el único sustento económico de la familia, entre enero y julio de 2019
Reporte Proiuris
Erick S. González Caldea

María Guillen tiene cuatro hijos y no tiene trabajo. Tras la muerte de su esposo Taylor Alfredo Di Francesco, de 26 años de edad, a manos de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), quedó a cargo de todas las responsabilidades de su hogar: el cuidado y la comida.

Guillen solo se alimenta una vez al día para que puedan comer mejor sus cuatro hijos de 14, 13, 8 y 7 años de edad. Los más pequeños eran hijos de Di Francesco, quien trabajaba como vendedor de charcutería y bebidas lácteas y ganaba 120.000 bolívares a la semana, que apenas le alcanzaba para alimentar a su familia.

Di Francesco fue asesinado el 12 de julio, en El Guarataro, junto a su hermano Taylor Di Francesco y su cuñado José Gregorio Guillen, durante un operativo del cuerpo élite de la Policía Nacional Bolivariana. Todos recibieron un disparo en el pecho y fueron trasladados sin vida al hospital Miguel Pérez Carreño. Sus familiares aseguran que fueron ejecutados. Entre los tres, dejaron ocho niños y niñas huérfanos, que dependían directamente del salario de sus padres.

Un promedio semanal de 9 niños, niñas y adolescentes perdieron violentamente a uno de sus padres por acción directa de  los cuerpos de seguridad del Estado durante los primeros 7 meses de 2019. Son 269 menores de edad que quedaron sin un padre o una madre y, en la mayoría de los casos, sin el único sustento económico de la familia, según el registro de Monitor de Víctimas, entre enero y julio de 2019.

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Los huérfanos por la brutalidad policial corresponden a 228 personas asesinadas a manos de funcionarios policiales. En la mayoría de los casos (161) los responsables son agentes de las FAES y, por esas presuntas ejecuciones extrajudiciales, 101 menores de edad perdieron a sus padres o madres.

Para María Guillen, esposa de Taylor Di Francesco, la muerte de su pareja obligó a la familia a aplicar estrategias de supervivencia: reducir el número de comidas al día, enviar a sus hijos e hijas al colegio solo cuando el Programa de Alimentación Escolar esté funcionando y solicitar ayuda otros miembros de la familia.

Relató que toda su vida había sido ama de casa y que dependía del sueldo de su esposo para mantener a sus hijos. Con la muerte de Di Francesco, las porciones de comida se redujeron a lo mínimo para no morir de hambre. De los tres platos diarios, los hijos mayores solo comen dos, con porciones limitadas.

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“Los más pequeños no pueden aguantar. Así que deje de comer para que ellos coman un poquito más. Realmente no me rinde el dinero. Apenas puedo comprar una harina pan a la semana, si acaso. Cuando las FAES asesinaron a Taylor, también nos tiraron a morir de hambre”, señaló Guillen.

Para Carlos Trapanni, coordinador de Centro de Aprendizaje Comunitario (Cecodap), con la ejecución extrajudicial de los padres o madres no solo se pierde el sustento económico, pues también queda una herida afectiva. “Se pierde el acompañamiento, la presencia y el contacto con el padre o la madre. Se alteran las dinámicas familiares. Los niños, niñas y adolescentes experimentan una sensación de impunidad latente que, más adelante, creará una generación de adultos heridos por el Estado”, señaló.

Agregó que, además, las familias quedan en una situación de vulnerabilidad, porque se ven obligadas a generar planes de soportes. “Se cambian las rutinas abruptamente y muchos quedan sin planes para solventar el escollo a corto, mediano y largo plazo”, enfatizó Trapanni. 

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El Programa Mundial de Alimentos de la Organización de Naciones Unidas ha identificado y sistematizado 11 estrategias de sobrevivencia familiar, descritas en el documento  The Coping Strategies Index, Field Methods Manual. En el caso de la familia de María Guillen, reducir las porciones de sus comidas diarias y dejar de comprar alimentos preferidos fueron algunas de las estrategias que aplicó luego del asesinato de su esposo.

María Guillén resume su precariedad: “Buscar trabajo en el país es muy difícil y el dinero no alcanza. En mi familia se han vivido las de Caín en procura de un plato de comida. Mientras los chamos están de vacaciones, comemos los desayunos tardes para olvidarnos del almuerzo, y solo preocuparnos por la cena. Si no, no comemos”.

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