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“A mí me tocó quedarme en la casa viendo cómo se acababa el agua”

María Luisa tiene 80 años de edad. Vive en las Lomas de Urdaneta, no quiso especificar en cuál residencia. Desde que comenzó los apagones, la falta de agua le ha generado un estrés adicional y una rutina extra
Erick S. González

Hoy es martes 16 de abril. El único baño del apartamento está abarrotado de tobos, potes, vasos y termos llenos de agua. Apenas se nota que haya espacio para la demás porcelana. Cada gota está medida y tiene que rendir los tres días que hay racionamiento de agua y un poco más “por si se va la luz”, comenta María Luisa, de 80 años de edad. Desde que comenzaron los apagones en el país, su rutina y la de los residentes de la urbanización Lomas de Urdaneta, cambió nuevamente. Se hizo más pesada.

María Luisa vive con su hija y su nieta. Durante el primer apagón, en su hogar el agua escaseó y acentuó, una más, los problemas que arrastraron las 72 horas sin el servicio eléctrico, desde el 7 de marzo hasta el domingo 10. Aún había fallas cuando la corriente eléctrica pasó por los aparatos enchufados en la casa. Las tuberías de agua continuaban vacías.

“No creo que llegue el agua, porque son los días del racionamiento”, le razona María Luisa a su hija Esther, quien tiene 56 años de edad. Ambas se dieron cuenta que el agua que habían almacenado se acabó antes de la puesta del sol del domingo 10 de marzo.

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Efectivamente, y a pesar del restablecimiento del servicio eléctrico, en el apartamento de María Luisa no llegó el agua hasta el vienes 15 de marzo.

Domingo, lunes, martes y miércoles son los días que en la parroquia Sucre restringen el servicio de agua potable. A partir del jueves, y los días que lo siguen, las familias detienen su vida para aprovechar el suministro: lavan, se bañan y, lo más importante, almacenar todo el líquido que puedan.

Desde aquella semana de marzo, María Luisa y su hija llenan más potes, más vasos y más tobos, hasta saturar todo el apartamento con garrafas llenas de agua.

“Cuando se fue la luz, no nos alarmamos tanto por estar a oscuras, sino porque no había agua. El agua es vida”, señala María Luisa. Enfatizó que la situación se hizo más crítica los días posteriores.

Tras finalizar el primer apagón, en su casa tomaron medida para sortear el escollo del agua, con mayor eficacia y sin caer abatidos por la dificultad de vivir sin agua.

“No tengo la fuerza que tienen algunos de mis vecinos, que podían cargar los bidones de agua por las escaleras. Tampoco automóvil para recorrer la ciudad y llenar mis tobos en el Ávila, como hicieron algunos. A mí me tocó quedarme en casa viendo cómo se acababa el agua”, enfatiza.

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