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De Catia hasta el Ávila, 20 kilómetros para llenar un tobo de agua

En Lomas de Urdaneta la falta de agua se sumó al apagón. Seis días continuos de sequía y oscurana minaron, aún más, la popularidad del gobierno en lo que era un bastión chavista
Reporte Proiuris
Erick S. González Caldea

En la casa de Yanova Chirinos no quedaba más agua. Ni para cocinar, mucho menos para bañarse. Aunque un día antes del apagón,  pudo llenar unos cuantos baldes, no le alcanzaron para los seis días que le amargarían la vida, a ella y a toda su familia.

Eran las 2:00 pm del martes 12 de marzo. Ya había llegado la luz, pero todavía faltaba el agua. “Hay que buscar, porque ya no nos queda suficiente”, le dijo a su hijo menor y a su nuera con voz atribulada.

La esperanza de que la Alcaldía de Caracas mandara una cisterna a Lomas de Urdaneta, en Catia, había circulado como un rumor; pero, finalmente se desvaneció. Nadie ofreció explicaciones suficientes ni convincentes.

Alguien dijo que no enviaron la cisterna porque Lomas de Urdaneta no era una zona prioritaria. No todos los vecinos estuvieron de acuerdo.

Desde el jueves 7 de marzo Yanova y su gente no tienen agua. Aunque en Lomas de Urdaneta siempre falla el suministro, el blackout energético que afectó a todo el país empeoró la situación en la zona.

El racionamiento permanente, que comenzó en 2016, limita el servicio a tres días por semana. Aquel jueves era uno de esos. Pero al irse la luz también cortaron el agua.

Solo le quedaba menos de cinco litros de agua para distribuirla entre la cocina y el baño. “Evitemos usar el baño lo más posible para que nos rinda”, le pidió Yanova a sus dos hijos y a su nuera que viven con ella en Lomas de Urdaneta, un sector que era conocido por su simpatía con el chavismo.

En la medida que pudo, a pesar de la aflicción que le generó la situación, salió a la calle a comprar agua. En Las Lomas de Urdaneta la sequía agravada por el apagón se extendió una semana. 

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Solo tenía dos botellones vacíos. Con la ayuda de su sobrina, que tiene carro, la mujer comenzó a preguntar en cada uno de los establecimientos y bodegas de la zona por el precio del agua.

“6.000 bolívares soberanos, pero solo en efectivo”, le dijo uno de los vendedores. Continuó con su camino. “5.000 soberanos”, le dijo otro. Por elementales reglas de oferta y demanda, el agua se puso más cara.

En el barrio Carbonell, cerca de Lomas de Urdaneta, Yanova compró tres garrafas de agua, cada una a 1.500 bolívares; dos para su casa y una para su suegra, que también vive en el mismo edificio.

El recorrido de tres horas por Catia solo le alcanzó para abastecer la cocina con agua limpia. Las imágenes de personas buscando como abastecerse de agua en el Ávila, que le enviaron por WhatsApp, le dieron una idea. “¡Ajá!, vamos a llenar estos potes allí”, emplazó a sus dos hijos y su nuera.

Junto a su esposo y uno de sus hijos, se embarcó hasta una de los cientos de quebradas que caen por las faldas del emblemático cerro caraqueño. Recorrieron los 20 kilómetros hacia la Cota Mil, hasta encontrar un sitio con poca gente. Se quedaron a la altura de La Castellana.

No sabían ni el nombre de la quebrada de la cual se están surtiendo . Eran las 11:00 pm cuando llegaron hasta el lugar. El agua estaba helada pero, lo más importante, limpia. A punta de perolitos llenaron los tobos que cargaban. No eran muchos, pero con eso podrían aguantar hasta el fin de semana.

Yanova estaba más tranquila. Ya era la medianoche miércoles 13 de marzo.  

A la casa de Yanova, más de un vecino toco la puerta, pues se enteraron de su “exitosa” travesía hasta el Ávila.  “Vecina no tendrá un poquito de agua para tomar, es que no tengo como darle a los niños”, le pidió una. Yanova sacó una jarra. “Cómo no dársela, yo sé que es tener dos niños pequeños”, habló desde su propia experiencia.

A las 2:00 pm del miércoles 14 de marzo llegó el agua. Desesperada, Yanova, comenzó a llenar todo lo que pudo, hasta las ollitas más pequeñas. “No sabemos cuánto va a durar. No puedo hablar más, esto es una emergencia. Chao ”, despidió al reportero.

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