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“Me arrebataron un hijo y no quiero perder al segundo”

Un joven de 17 años  de edad fue arbitrariamente detenido por funcionarios de la Policía Nacional Bolivariana en una protesta el 22 de enero de 2019.  Durante 17 horas  estuvo confinado en un pequeño calabozo de la sede de la PNB en San Agustín del Norte donde fue agredido verbal y físicamente. El adolescente protestaba en rechazo al régimen de Nicolás Maduro y en memoria de su hermano mayor,  asesinado en 2017 en un operativo de la Dirección General de Contra Inteligencia Militar

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Betania Franquis Prada

“No me conviene darte mi nombre porque ya me arrebataron un hijo y no quiero perder al segundo”, explica al atravesar el umbral de su casa y rememorar los hechos ocurridos el 22 de enero de 2019. Ese día la brutalidad policial reavivó el dolor que la mantiene resguardada, casi presa,  en su hogar, ubicado en Los Magallanes de Catia. Uno de sus hijos fue detenido arbitrariamente por la Policía Nacional Bolivariana. El joven de 17 años de edad había salido a la calle con dos razones para protestar: el repudio a Nicolás Maduro y el asesinato de su hermano mayor en 2017, durante un operativo de la Dirección General de Contra Inteligencia Militar (Dgcim).

Al adolescente, cuya identidad también se omite para preservar su integridad, no le alcanzó el tiempo para escapar de la arremetida de la PNB en la circunvalación de El Cuartel de Catia. Una mano pesada lo arrastró de regreso a la calle principal, halándolo de la camisa tricolor que llevaba puesta. El muchacho intentó defenderse, forcejeó y pidió ayuda. Sus gritos alertaron a vecinos y amigos que intentaron interceder por él explicando que era menor de edad. Pero todo fue en vano. “El PNB que lo agarró lo acusó de guarimbero, le dio un golpe en la cara y se lo llevó.  No supe nada de él hasta el otro día. Creí que me lo habían matado pero por lo menos lo dejaron con vida”, relata la madre.

Durante 17 horas la víctima estuvo confinada en un pequeño calabozo en la sede de la PNB en San Agustín del Norte. Allí  fue agredido verbal y físicamente por tres funcionarios. “Lo golpearon con un tubo en las piernas y en la espalda y lo amenazaron diciéndole que si lo volvían a ver en la calle lo mandarían al Sebin”. Durante el tiempo que estuvo encarcelado no pudo comunicarse con nadie. Tampoco tuvo acceso al baño. Fue despojado de su teléfono celular y se le prohibió hablar de su detención. La madre se enteró de lo sucedido cuando una vecina que se encontraba en la protesta fue corriendo hasta su puerta, la noche del 22 de enero.

La detención del adolescente reavivó el duelo de la mujer por la pérdida de su hijo mayor, que tenía 19 años, estudiaba cuarto semestre de Informática e integraba el coro pastoral de la iglesia católica de su comunidad. Allí destacaba por sus habilidades con el canto y la guitarra. Cuando resultó herido el 14 de mayo de 2017, el muchacho  acompañaba a un amigo hasta su casa, ubicada en el barrio El 70 de Petare. Esa tarde el Dgcim desplegaba un operativo en la zona.

“Siempre me opuse a que visitara ese barrio pero era un muchacho muy independiente. Aquel día estaban buscando un malandro y hubo un tiroteo. A mi hijo le dieron en la cabeza. El proyectil perforó parte del lóbulo central de su cerebro”, precisó la madre.

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Lo peor es que el primer hijo que perdió esta mujer fue señalado como integrante de una banda delictiva: “Intenté poner la denuncia pero la engavetaron. Era mi palabra contra la de ellos. Aquí manda el hampa”.

Mide cada una de sus palabras y se abstiene de suministrar más datos. Retoma la conversación hablando de la detención de su segundo hijo, quien estudia el segundo semestre de Contaduría Pública. “Él salió a protestar contra Maduro pero también quiso honrar la memoria de su hermano. Yo le dije que no saliera y no me hizo caso”, lamentó.

La masiva participación de las comunidades de Catia en las movilizaciones antigubernamentales animó al joven a salir a la calle con una pancarta que decía: “Maduro, Venezuela te queda grande”.

“Al llegar de la Universidad se cambió de ropa y salió. Estaba muy contento de ver a su comunidad en la calle. Le rogué que no lo hiciera pero no me escuchó”, reitera la madre.  Las horas que estuvo detenido fueron un martirio que se prolongó hasta las 8:00 am del 23 de enero. Ese día y a esa hora lo liberaron en una calle cercana a la estación Palo Verde. “Llegó golpeado y sucio pero con vida”, recordó la madre.

A una semana de su encarcelación el  adolescente todavía tienen en su cuerpo evidencias de del maltrato policial. Los golpes y moretones propiciados por los funcionarios de la PNB aún no sanan. Las rodillas y los muslos están amoratados al igual que su ojo izquierdo, donde recibió el primer puñetazo.

La madre ahora vive con el Credo en la boca: “Aunque lo golpearon sé que volverá a salir a la calle. Él nunca se cansará de pelear por Venezuela. Es tan terco como lo era su hermano”.

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